Siempre me ha gustado el pan integral, incluso cuando hace más de veinte años todavía no estaba nada de moda. Siempre he admirado al hombre integro, incluso ahora que su práctica ya casi no forma parte de la costumbre actual. Lo integral es al pan lo que lo integro a lo personal y en ambos casos hablamos de aquello u aquel que, siendo entero, no defrauda pues es y se muestra con todo lo que tiene y sin engaños de su ser.
No es esta la primera vez que confieso públicamente haber recibido gran parte de mi formación como persona en los añorados cines de mi adolescencia y juventud, al contemplar ensimismado y con vocación de copia la integridad que destilaban en cada acto y decisión los míticos actores que encarnaban los personajes de las edificantes películas de aquella época clásica del cine universal. No nos equivoquemos, en el cine (también en el teatro, en la novela o en la opera) la definición de los personajes responde al gusto de cada época y es por ello que en la cinematografía actual se ha olvidado la integridad como distintivo de la personalidad actoral. No está de moda ahora y mucho me temo que por largo tiempo no lo estará.
Maria Moliner, en su diccionario de uso del español, asocia a la persona íntegra cualidades como las de cabal, cumplidor, escrupuloso, estricto, exacto, honesto, insobornable, probo, puntual, puro, recto, etc.; muchas de las cuales sin duda perdidas en la reciente noche de estos deslucidos tiempos y por tanto ya olvidadas en su propio desuso.
La integridad, como línea de conducta humana, hace referencia al comportamiento recto, honesto e intachable ante la vida y por consiguiente ante los demás, que son siempre quienes deberán juzgarlo en lugar de pretender hacerlo uno mismo. Con la integridad ocurre algo parecido a lo acontecido con las preguntas y respuestas, pues solo vale la valoración de quien ha preguntado y recibe la respuesta para conocer si esta es lo suficientemente explicativa y satisfactoria, con independencia de lo que opine el contestador.
Todos nos creemos íntegros, no lo ocultemos, pero no todos lo somos. Es más, yo diría que pocos lo son y para demostrarlo no será necesario aventurarse mucho más allá de los noticiarios telediarios para comprobar cuál es el auténtico reflejo de nuestra sociedad actual. Valorarse personalmente como integro es muy fácil si no contamos con la opinión de los demás, pues todos llegamos a desarrollar una singular destreza interior que nos facilita la autojustificación de cualquiera de nuestros actos y además con razones que nos parecen siempre suficientemente fundadas. Así, nadie se reconoce en sus culpas. Así, todos las reconocemos en los demás. Así… así nos va como individuos y como sociedad.
Cada nuevo curso, en mis clases universitarias de postgrado, trabajo con mis alumnos el Taller “12 Hombres sin Piedad: Las Claves del Liderazgo”, basado en la película homónima de 1.957 dirigida por Sidney Lumet y que ejemplifica a modo de caso de éxito muchas de las cualidades necesarias para transitar exitosamente por la vida, entre las que se encuentra por supuesto la integridad. Pues bien, desencantadamente debo decir que ahora ya nadie es capaz de reconocer al actor que con ejemplar integridad la protagoniza, Henry Fonda, mientras que todos se afanan en citar descontextualizada y erróneamente en un pasaje del filme a Sylvester Stallone y ello pese a nunca aparecer en él.
Mis queridos alumnos, ¿qué tipo de pan comerán…?.
Saludos de Antonio J. Alonso