En un declive progresivo, cada año los organizadores de los Oscar nos regalan una ceremonia peor, con menos gracia, más premiados apurados en su agradecimiento, menos candidatos interesantes y el recorte de los momentos más esperados (léase, la entrega al Oscar honorario por trayectoria, las canciones, etc., etc.).
Una noche que fue un símbolo para la industria hollywoodense: una película francesa de un modesto costo de US$15 millones se llevó todo y compartió éxito con una película iraní. Se viene notando, en las últimas ediciones que festejan y se emocionan más con el premio, los extranjeros que los locales. Ésa capa de cinismo que suele observarse en varios de los premiados, no contribuye a aumentar la temperatura de una ceremonia varios grados bajo cero.
Cada año, también, puede observarse un tema, una mirada a la industria que aquellos que la representan quieren recalcar. En ceremonias anteriores tuvimos espacio para la globalización, el regreso del musical o el western, el lugar ganado por las producciones independientes. Este año, aprovechando esas dos miradas al cine que son “El artista” y “Hugo” (las comentaremos esta semana), el tema fue ver el cine en una sala de cine. Se reforzó la idea fuerza con las acomodadoras que, al final de cada bloque, entregaban golosinas a los asistentes al Teatro En Quiebra (como bromeó Billy Crystal).
No es casual, en medio del apriete a Megaupload, que se plantee el tema. Y lo que la industria del cine plantea es volver a las fuentes. Es otro signo más de cómo ignoran la realidad, como el futuro y los cambios tecnológicos (que ya están entre nosotros) son visto con temor. No es pidiendo al público un acto de heroísmo (¡vayan a las salas!) como van a salvar el cine. Lo van a lograr si son ingeniosos para aprovechar los nuevos medios de distribución y si se sientan a ver sus productos y preguntarse porqué, cada vez, nos sorprenden menos las películas que llegan a las pantallas.
Como tantas veces el cine, una de las recientes expresiones artísticas, se encuentra en una encrucijada tanto tecnológica como económica. Que “El artista” y “Hugo” hagan referencia al cine mudo no es casualidad. No fue escondiendo la cabeza en el suelo como el cine enfrentó la novedad del sonoro. Hoy, las novedades son Internet y el 3D.
(Hay un trascendental chiste de Billy Crystal que marca la pauta: “Hoy hasta se ve el cine en un teléfono. No, a mí el cine me gusta verlo en pantalla grande. El I Pad”.)
La industria del cine debe examinarse y reflexionar sobre sus orígenes. No con la suicida conducta de mirarse el ombligo, actitud propia de las disciplinas en decadencia. Si no con la certeza que siempre, en todas las encrucijadas, ha sabido superarse y seguir en el camino.
La clave, como siempre, está en los fundamentos de esta disciplina artística: una buena historia y buenos actores que la cuenten. Justamente, lo que “El Artista” puso en juego para llevarse los premios más importantes de la noche.