Lo pequeño nos sigue sin que nos demos cuenta. Lo pequeño no importa si no nos falta. El pequeño beso de buenas noches, la pequeña caricia anterior a la pregunta, la pequeña mirada para confirmar que sus ojos siguen siendo las mejores vistas. Lo pequeño limita al norte con lo simple, al sur con lo sencillo, al este con el país de las conversaciones de ascensor y al oeste con la región de los sueños de cuando nos vaya a tocar la lotería. Lo pequeño es una mancha que no importa, un hilo que se puede cortar, una moneda de 1 céntimo que nadie quiere recoger.
Lo pequeño nos sigue y nos rodea, desde nuestra perspectiva de supuestos gigantes. Lo pequeño es la uva que se cae tras la manzana, la mermelada que se resiste a caer de la cuchara, el resto de leche condensada que nunca se quiere separar del bote. Lo pequeño es la parte más pequeña del sobre de azucar que rasgamos. Lo pequeño no importa, no cabe, no llena, no existe, acostumbrados a lo grande, a lo alto, a lo fuerte, a lo ancho, a lo visible.
Lo pequeño, quizás, somos nosotros, en medio de todo, al extremo de ningún sitio, resbalando de miradas apretadas en los metros, invisibles entre filas para desembargar amores perdidos. Unidades entre cifras de demasiados ceros, perdidos entre pérdidas de empresas, comunidades y naciones. Bajas sin nombre de una guerra sin banderas.
Lo pequeño y eterno. La pequeñez de la vida, de nosotros, de todo. Porque todo es, somos, pequeño. Sólo depende con que lo comparemos.
Lo pequeño tan pequeño como las pequeñas historias de las fotos de Christopher Boffoli. Visto en Pondly.