El verano incipiente en el centro de Madrid a las dos y media de la tarde es lo mejor que me podía pasar. Ese calor que los especialistas dijeron que no llegaría, asola mis ojos quemados en la oscuridad de la sala de cine tras más de dos horas y media de película; incluso el hambre pasa a un segundo plano. Me pregunto por qué Águila Roja no ha hecho acto de presencia en esta película titulada ‘Lo que el día debe a la noche’, que bien se podría titular: ‘Amar en tiempos revueltos: la película’.
Lo único que sabía hace unas tres horas, cuando me dirigía a ver la película, era su duración y que era francesa. Confieso que durante los primeros minutos me ha despistado, he tardado un rato en darme cuenta del carácter televisivo de la cinta. Younes, es un niño argelino y humilde; un joven apuesto y acomodado, de amigos colonos franceses, y un adulto atormentado por su pasado. La mayoría de la historia se desarrolla en Argelia cuando ésta era colonia francesa, hasta su independencia en 1962.
Aunque despistado, he tenido la mosca detrás de la oreja desde muy pronto; una banda sonora propia de alguna joyita de Nicolas Cage en las escenas más movidas, unido a una ambientación un tanto acartonada, vaticinaba el torrente de suspiros e irónicos aspavientos que se han podido oír en la sala a lo largo del metraje.
No contaré mucho más del argumento, pues hay muchas idas y venidas. Sólo diré que imaginéis ese tono rosáceo, característico de las novelas rosas cuyo título está impreso en fucsia metálico, mientras un hombre y una mujer se besan apasionadamente. Parece ser que la película está basada en un best-seller pero no sé si mi descripción se ajusta al estilo de su portada. La película, al menos, va en esta línea telenovelesca, siempre en constante in crescendo, alcanzando en sus minutos finales el cenit que hará las delicias de todas aquellas personas que disfrutan sentándose a las cuatro de la tarde delante del televisor.
Este es un público totalmente respetable, no me malinterpreten, pero si algo no esperaba este mediodía era tener que soportar algo así en una sala de cine. Tan pronto como el protagonista supera la pubertad, la cinta adquiere unos tintes dignos de alguna campaña publicitaria del sector textil; esto, unido a una historia que mezcla la potable ‘El buen nombre’ con ‘El Graduado’, además de las agudas lobotomías sufridas por los personajes y un contexto histórico que (disculpen la expresión) se pasan por el forro al gusto, acaban con el fehaciente deseo de viajar en el tiempo y olvidar las últimas dos horas y media largas que acabas de perder.
Los minutos después de la salida avanzan como una catarsis; poco a poco, recupero el correcto funcionar de mi mente y mis ideas. De pronto pienso en ese indefenso espectador que una calurosa tarde de agosto acuda, ignorante, a ver esta película. Tras desembolsar el puñado de euros correspondiente, se acomodará, las luces se apagarán para sumirle en la oscuridad, y entonces pasará.