Revista Música

Lo que el Tecno Rock ha unido, que el fútbol no lo separe

Por Alberto C. Molina

Los barceloneses Mendetz vuelven a hacer bailar al público madrileño con un buen concierto en Moby Dick

Al ritmo que marca la bola de espejos que cuelga del techo se llena de rostros desconocidos el lugar. Con cuentagotas, a regañadientes, se confirma para la ocasión un ambiente más bien selecto, en el que no abundan los veinteañeros y lo más alternativo que se deja ver  es algún sombrero modelo Pete Doherty. Ubicado en la avenida del Brasil, a un paso de los colosos de Azca y del Santiago Bernabéu, es el Moby Chick Club, perdón, Moby Dick Club, una sala decepcionantemente pequeña pese a su fama de meca del pijoterismo madrileño.

Pero eso es secundario porque hasta allí no nos hemos trasladado por los copazos, sino por la música. Y en este sentido hay que referirse a otro tipo de solera. Sólo hay que darse una vuelta junto a la barra, echar un vistazo a esa pared alicatada de  fotografías, para comprobar que estamos en un enclave importante de la escena musical de la ciudad. Antonio Vega, Burning, Gabinete Caligari, o The Sunday Drivers entre los más actuales, por cierto, quienes actuaron el día anterior en la celebración del 18 aniversario del club —y el anterior del anterior para ayudar a Haití también en Madrid, ya sabéis—.

Lo que el Tecno Rock ha unido, que el fútbol no lo separe

Allí nos encontramos, como decía, rodeados de rostros desconocidos, para ver en directo a Mendetz. Y es que si algo te gusta, no hay que dejar pasar la oportunidad de repetir. Tocaron el día 24 de marzo en el Teatro Circo Price y el 26, en el Moby Dick. Aunque a diferencia de la primera cita, en esta ofrecieron más de tres canciones. En total fueron cerca de una hora de pegadizos ritmos electrónicos, dos bises y un sabor de boca más que agradable entre los asistentes.

Pasadas las 22:15 suben al escenario Stefano Maccarrone (voz y guitarra), Jan Martí (voz y teclado), Pablo Filomeno (batería) y  Oriol Francisco (bajo). Se oye el rumor de un mar, tal vez de aquel en el que habitaba la ballena blanca de Herman Melville, y los primeros compases de Botino´s Beach. La elegida para darnos la bienvenida a la fiesta  en vivo gana enteros, medios y cualquier división que se precie, mucho más contundente que en el álbum Souvenir (2009).

Lo que el Tecno Rock ha unido, que el fútbol no lo separe

Desde el comienzo vemos uno de los puntos fuertes del grupo, el juego de voces principales. Como si de trileros se tratara, Stefano y Jan se intercambian, aúnan y entrecruzan delante de los micrófonos. Seguro que Matías Prats diría aquí algo así como “no sabría decir quien lleva la voz… cantante”.

Flasback, Sofa. Los temas se suceden con un mismo denominador común, la potencia y la calidad. Si se relajan recuerdan a Franz Ferdinand, si se ponen serios, a Depeche Mode, incluso hubo un momento en que pareció que Muse se habían colado en la sala de incógnito. Y no es de extrañar, pues en todo momento asoma en sus caras esa expresión de quienes disfrutan con lo que están haciendo. Pero aún así anuncian para la segunda parte del concierto más ganas todavía. ¿Más? Imposible, si suben un solo peldaño la mujer que baila entre las primeras filas como si no hubiera mañana termina con la cadera partida por tres sitios. Eso sí que es darlo todo y no lo de Canal +.

Pero lo hacen y se salen con la suya, bravo. Maximo Truffato, la canción famosa por el anuncio, y FutureSex, la conocida porque sí,  ponen a prueba los cimientos . Bravo otra vez, resisten. Con esta última ponen, además, punto y aparte al concierto. Si no es “y final” se debe a los bises de rigor, dos en este caso. El primero, un homenaje a la guitarra eléctrica, y el segundo, un homenaje a la música Tecno con la versión de un tema makinero de cuyo nombre no puedo acordarme. En definitiva, se ganaron al público y lo hicieron por duplicado ya que no dudaron en recordar que disfrutan muchísimo en Madrid pese a ser de Barcelona, donde no acaban de comprender esto. Quizás sea la rivalidad futbolística, que lo salpica todo, pero si Mendetz resulta ser más eficaz que el puente aéreo a la hora de unir ambas ciudades, ¿por qué empeñarse en separarlas? Tal vez Matías Prats tenga una respuesta.


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