Lo que el viento se llevó - Margaret Mitchell

Publicado el 14 diciembre 2020 por Elpajaroverde

"Scarlett O'Hara no era bella, pero los hombres no solían darse cuenta de ello hasta que se sentían ya cautivos de su embrujo, como les sucedía a los gemelos Tarleton. En su rostro contrastaban acusadamente las delicadas facciones de su madre, una aristócrata de la costa, de familia francesa, con las toscas de su padre, un rozagante irlandés. Pero era el suyo, con todo, un semblante atractivo, de barbilla puntiaguda y de anchos pómulos. Sus ojos eran de un verde pálido, sin mezcla de castaño, sombreados por negras y rígidas pestañas, levemente curvadas en las puntas. Sobre ellos, unas negras y espesas cejas, sesgadas hacia arriba, cortaban con tímida y oblicua línea el blanco magnolia de su cutis, ese cutis tan apreciado por las meridionales y que tan celosamente resguardan del cálido sol de Georgia con sombreros, velos y mitones.

Sentada con Stuart y Brent Tarleton a la fresca sombra del porche de Tara, la plantación de su padre, aquella mañana de abril de 1861, la joven ofrecía una imagen linda y atrayente. Su vestido nuevo de floreado organdí verde extendía como un oleaje sus doce varas de tela sobre los aros del miriñaque y armonizaba perfectamente con las chinelas de tafilete verde que su padre le había traído poco antes de Atlanta. El vestido se ajustaba maravillosamente a su talle, el más esbelto de los tres condados, y el ceñido corsé mostraba un busto muy bien desarrollado para sus dieciséis años. Pero ni el recato de sus extendidas faldas, ni la seriedad con que su cabello estaba suavemente recogido en un moño, ni el gesto apacible de sus blancas manitas que reposaban en el regazo conseguían encubrir su personalidad. Los ojos verdes en la cara de expresión afectadamente dulce eran traviesos, voluntariosos, ansiosos de vida, en franca oposición con su correcto porte. Los modales le habían sido impuestos por las amables amonestaciones y la severa disciplina de su madre; pero los ojos eran completamente suyos".

Por si Scarlett O'Hara necesitara algún tipo de presentación, arriba de estas líneas os he dejado el inicio de la novela que engendró tan insigne personaje.

Oh, sí, los verdes ojos de Scarlett son traviesos, voluntariosos y ansiosos de vida, como así lo es su propia dueña. Esta es vanidosa y egoísta, con esa vanidad y egoísmo que pueden ser tolerable a sus entonces dieciséis años pero que seguirá enarbolando tras dejar estos atrás. Sacarlett tiene a sus pies a cualquier chico del condado que pretenda hacer postrar ante sí con tan solo un chasquido de dedos (o más bien un batir de pestañas); a cualquiera menos a los dos que realmente le importan. Scarlett es sumamente inteligente pero poco suspicaz. Así, "sólo Ashley y Rhett eludían su comprensión y su control porque los dos eran unos hombres y carecían de todas las cualidades y defectos de la infancia". Ashley y Rhett son dos hombres muy diferentes entre sí pero con más en común de lo que cabría pensarse en un primer momento. Por aquel entonces en el que sucede esa primera escena en la que se nos describe a Scarlett, esta solo conoce al primero de ambos hombres. Y, sí, ciertamente pudiera ser que Scarlett O'Hara no sea la más bella de las mujeres, pero, sin embargo, tiene "algo que no tiene otras mujeres, aun las más bonitas..., y es una cabeza que ha tomado una resolución". Y esa cabeza que ha tomado una resolución y que no la suelta hasta alcanzar su objetivo es algo que Scarlett, junto a su vanidad y egoísmo, amén de otros encantos de su persona, conservará más allá de sus dieciséis años.

Voy a dar por hecho que, aunque sea a grandes rasgos y tan solo por la archiconocida adaptación cinematográfica, todos conocéis la historia que se narra en esta novela y a sus principales protagonistas. Probablemente la de Scarlett O'Hara y Rhett Butler sea una de las historias de amor más conocidas de todos los tiempos, sin embargo, lo que fundamentalmente nos narra Margaret Mitchell en su única obra no es una historia de amor, que también, sino la historia del derrumbe de una civilización, el fin de un mundo y una época que el viento imparable que es una guerra se llevó.

Lo que el viento se llevó está ambientada en la Guerra de Secesión de los Estados Unidos y los años posteriores, ese período conocido como la reconstrucción. Los conocimientos de la autora sobre esta época quedan patentes en esta novela. No en vano, Mitchell leyó muchísimo sobre la guerra civil de su país y creció escuchando en su Atlanta natal las historias de los veteranos confederados. Sin embargo, esta tampoco es una novela sobre la Guerra de Secesión, a pesar de su ambientación y del protagonismo de esta en la trama. Para ser considerada de esta manera, la guerra, sus causas y sus consecuencias tendrían que haberse contemplado desde un prisma mucho más amplio. Ello no es así y no digo esto como una crítica negativa. Sería algo a reprochar si la intención de la autora hubiera ido más allá de contar la historia del bando de los perdedores. Pero esta es la historia de Sur de los Estados Unidos tal y como era antes de la guerra y tal y como fue inmediatamente después. Es la historia de aquellos que solo poseían "algodón, esclavos y arrogancia". Es la historia de "un ocaso de los dioses. Desgraciadamente, nosotros, los del Sur, creíamos ser dioses". No exenta de cierto romanticismo hacia esos dioses caídos, cierto es. Tampoco exenta de cierta crítica hacia los mismos. Y aunque con reconocimiento a los valerosos muchachos del Sur que combatieron, tampoco exenta de cierto delicioso punto antibélico.

"-Todas las guerras son sagradas -replicó- para los que deben hacerla. Si los que empiezan una guerra no la declarasen sagrada, ¿quién sería tan bobo que fuese a combatir? Pero, digan lo que quieran los oradores a los idiotas que van a hacerse matar, cualquiera que sea el noble fin que le asignen a la guerra, la razón de ésta es siempre una sola: el dinero. Todas las guerras no son más que cuestión de cuartos. Pero poca gente se da cuenta de ello. Sus oídos están demasiado llenos de toques de trompetas y redobles de tambores y de bellas palabras de los oradores que se quedan en casa. A veces, el grito de guerra es: "¡Liberemos el sepulcro de Cristo de los infieles!"; otras veces "¡Abajo el papado!", "¡Libertad!"; a veces "¡Algodón, esclavitud, derechos de los Estados!""

La novela de Margaret Mitchell es maravillosa en sus contradicciones. Sí, eso es algo maravilloso porque contradictoria es la Historia, contradictorias son las sociedades y contradictorios somos los seres humanos.

No voy a entrar en el debate de si la novela es o no racista. Es estúpido ignorar la existencia de la esclavitud a lo largo de la historia y en este caso de la esclavitud tan solo por el color de la piel. Nadie esclaviza a nadie si no lo considera inferior, y la literatura no sería literatura ni el arte sería arte si dieran la espalda a la realidad. Más interesante sería indagar en que una novela no refleja tan solo la época en la que está ambientada la trama que narra sino también la época en la que ha sido escrita. Tampoco voy a entrar en si Margaret Mitchell fue o no racista pues lo desconozco y no tengo ninguna información al respecto, pero tampoco me extrañaría si así hubiera sido aunque tan solo en una ínfima parte de su persona. Es difícil sustraerse al lugar y el tiempo en el que a cada uno le toca vivir. A la georgiana le tocó la primera mitad del siglo XX del sur de los Estado Unidos y nuevamente sería estúpido ignorar lo que eso significa si hablamos de racismo.

Pocas son las frases en esta novela que producen un rechazo frontal al hablar de la raza negra pero haber, las hay. En la mayor parte de ella la esclavitud es tratada con indulgencia y romanticismo. No se cuestiona. Tan solo el personaje de Ashley manifiesta en una ocasión y de pasada su otrora intención de liberar a sus esclavos a la muerte de su padre (habría que ver en la práctica cómo se las habría apañado para hacer esto en una sociedad cuyo sistema económico se sostiene sobre la esclavitud). No se retratan malos tratos hacia los negros sino un cierto paternalismo, que no dejar de ser otra forma, aunque más suave, de manifestar superioridad. Tras la abolición de la esclavitud Scarlett contrata penados para trabajar en sus aserraderos con el fin de conseguir mano de obra barata y sin importarle el trato que se les inflige, cuando sin embargo en Tara nunca se hubiera consentido semejante dejadez hacia las condiciones de vida de los esclavos. El Ku Klux Klan es presentado como el baluarte del honor de las familias y mujeres del sur. Me sorprende gratamente (porque pienso firmemente que el racismo y el clasismo van a menudo de la mano) encontrarme con esclavos que se sienten superiores a otros solo por trabajar en la casa en vez de en el campo o por pertenecer a una familia distinguida y bien posicionada, e incluso superiores a los blancos pobres a los que llegan a calificar de gentuza blanca. En cuanto a los yanquis, su interés por los negros, su libertad y sus derechos son presentados como simple interés. Y supongo que algo cierto habría en ello, pues no creo en las historias de buenos y malos y sí en que los motivos de una guerra son mucho más complejos y casi siempre responde a intereses propios más que a causas tan altruistas como la abolición de la esclavitud. Es representativa una escena en las que unas mujeres del norte se escandalizan y horrorizan ante la idea de confiar el cuidado de sus hijos a una mujer negra cuando Scarlett les aconseja emplear una como niñera. Los confederados opinan que los ciudadanos de la Unión no entienden a los negros y que a estos hay que tratarlos como niños pues no saben arreglárselas solos. Y tal vez tuvieran algo de razón, pero no porque la raza negra sea incapaz desde un punto de vista genético, sino porque es lógico que una raza que ha sido oprimida durante varias generaciones se sienta inadaptada cuando, de la noche a la mañana, ha de vivir libre de ese yugo. La esclavitud puede ser un infierno pero también puede ser sinónimo de comodidad.

Con cierto paternalismo trata también Rhett Butler a Scarlett O'Hara. Puede ser algo entendible en un hombre de treinta y cinco años que conoce a una chiquilla de dieciséis que le causa admiración y gracia, sin embargo, es algo que se perpetúa en el tiempo. Hay cierto paternalismo, condescendencia e intención de aleccionar en el trato de Rhett hacia Scarlett, aun reconociendo que la apoya y alienta en sus decisiones y que no le coarta su libertad. Rhett parece feliz mimando y consintiendo a Scarlett, como lo será después mimando y consintiendo a su hija Bonnie (y más feliz con esta última puesto que la niña idolatra a su papaíto, mientras que Scarlett no da muestras de amor hacia él). También hay cierto afán de protección, pero concedo que la protección nace del amor, mientras que lo anterior vuelve a ser una forma suave de manifestar superioridad y no sé hasta qué punto esa superioridad puede justificarse en la diferencia de edad. Hay una escena entre ellos que tan solo me freno de calificar como de violencia conyugal porque hay consentimiento por parte de Scarlett, pero no deja de resultar llamativo y significativo que una de las causas por las que Scarlett se enamora de Rhett es porque es el único hombre al que no consigue someter a su antojo y el único que en cambio sí consigue someterla a ella. Lo que el viento se llevó es una novela contradictoriamente feminista a la par que machista, y desde la perspectiva actual casi agradezco ese puntito machista que se escapa de la corrección política imperante. Sería otra estupidez ignorar que el machismo es el modelo social que se ha ido transmitiendo generación tras generación en nuestra cultura y que, por tanto, es harto difícil sustraerse al mismo y todos, hasta el que se cree más feminista, tenemos aunque solo sea una ínfima parte de machista.

Margaret Mitchell fue una mujer rebelde según los convencionalismos de su época. Se unió al movimiento Flapper que nació tras la Primera Guerra Mundial y se dice que el germen de su novela no fue tan solo su interés por la guerra civil de su país sino también sus propias tormentosas experiencias vitales. Probablemente, y aunque sin tratarse para nada de una novela autobiográfica, Scarltett O'Hara comparte con su creadora cierto espíritu combativo.

Aunque Tara, la plantación de algodón de la familia O'Hara sobre la que el padre de Scarlett le vaticinara que "la tierra es la única cosa del mundo que tiene algún valor [...], porque es la única que perdura. ¡No lo olvides! Es la única cosa que merece que trabajemos por ella, que luchemos por ella, que muramos por ella", es sin duda el lugar más emblemático de esta historia, la mayoría de la misma se desarrolla en Atlanta. Y "Scarlett había querido siempre a Atlanta por las mismas razones por las que condenaba a Savannah, Augusta y Macón. Como ella, la ciudad era una mezcla de nuevo y de viejo, en lo que lo viejo estaba siempre en conflicto con lo nuevo vigoroso y terco, y siempre sacaba la peor parte". "Era una población emprendedora, insolente; pero por eso mismo le gustaba. No era una de esas poblaciones de ideas atrasadas y estrechas, dominadas por los convencionalismos, como otras ciudades más viejas, sino que poseía una exuberancia y una osadía comparables a las suyas. "Yo soy como Atlanta -pensó-. Hace falta algo más que los yanquis o el fuego para que yo me rinda"".

Sí, Scarlett es como Atlanta. Y Scarlett es también la protagonista indiscutible de esta novela. Por más que su partenaire haya sido para mí un estímulo imprescindible en esta lectura, Rhett viene y va y solo copa la misma cota de protagonismo de Scarlett en el tramo final de la novela, cuando la historia de amor y desamor entre ellos amenaza con comerse el resto de bondades de esta historia y se pone incluso un poco demasiado melodramática para mi gusto, aunque no por ello he dejado de disfrutarla.

"La amo, Scarlett, porque ambos nos parecemos mucho. Somos, querida, unos renegados y unos picaros egoístas. A ninguno de ambos nos importa un comino que el mundo entero se vaya al diablo, siempre que nosotros quedemos salvos y cómodos", le declara Rhett a Scarlett. Y es que hay en esta novela una cierta reincidencia en la idea de que el amor solo puede llegar a buen puerto cuando se da entre dos personas semejantes, algo con lo que estoy de acuerdo solo en parte. Es cierto que entre dos personas parecidas puede darse una mayor comprensión, como le ocurre a Scarlett, que solo se siente libre de mostrarse tal cual es ante Rhett, y por tanto liberada y descansada. Pienso también que es imprescindible, para que una relación dure en el tiempo, tener una visión parecida de la vida y anhelar lo mismo de ella. Tener, sin embargo, caracteres parecidos puede ser contraproducente. Como declara Rhett respecto a sus sentimientos y a los de Scarlett: "Parece que hayamos estado jugando al escondite".

Pero volviendo a Scarlett y a su analogía con Atlanta, nuestra heroína se muestra imparable, capaz de renacer de sus propias cenizas. Aunque para ello tenga que fraternizar con el enemigo y ponerse a toda la buena sociedad de Atlanta en su contra. Aunque para ello tenga que pagar el precio de la soledad.

"Yo tengo hambre, y todo el mundo, papá y mis hermanas, y los negros, están muertos de hambre y lo repiten una y otra vez: "¡Tenemos hambre, tenemos hambre!" Y yo estoy tan vacía que siento dolor. Y para mis adentros digo: "Si alguna vez salgo de ésta, nunca más volveré a tener hambre". Y entonces el sueño se desvanece en una niebla gris, y yo estoy corriendo, corriendo en la niebla, y corro tanto que mi corazón está a punto de estallar, y algo me impulsa, y ya no puedo respirar, pero pienso que si consigo llegar allí me salvaré. Pero yo no sé adónde quiero llegar. Y entonces me despierto y me siento estremecida de miedo, un miedo tan grande a volver a tener hambre otra vez..."

Esta es la pesadilla recurrente que sufre Scarlett. De ella surge su obsesión por amasar dinero pero ella sola no la justifica. Para saciar esa obsesión usará todas sus armas consideradas de mujer y aquellas otras consideradas por aquel entonces propias de un hombre. Tardará en disipar toda esa niebla de su pesadilla y en averiguar a dónde ha de llegar. Pero cuando lo descubre es tarde. O no. Eso nunca lo sabremos pues ya sabemos cómo acaba esta historia. Pero no olvidéis que os había dicho que esta, fundamentalmente, es la historia de la caída de un mundo, y nunca ha ocurrido que cayera un mundo sin que sobre sus cimientos derruidos se levantara otro. "No es la primera vez que ha habido trastornos en el mundo y no será la última. Cuando esto ocurre, cada uno pierde lo que poseía y todos quedan a un mismo nivel. Entonces uno empieza la batalla sin más armas que su inteligencia y su fuerza". "La gente parece no comprender que se puede ganar tanto dinero con el naufragio de una civilización como con la construcción de otra".

"Sabemos plegarnos a las circunstancias. No somos espigas de trigo, sino de alforfón. Cuando sobreviene una tormenta, derriba las espigas de trigo maduras porque están secas y no ceden al viento. Pero las espigas de alforfón están llenas de savia y saben doblar la cabeza. Cuando el viento ha cesado vuelven a levantarse y están tan derechas casi como antes. No hay que ser testarudo. Cuando el viento sopla fuerte, hay que ser flexible; es mejor ceder que mantenerse rígido. Cuando se presenta un enemigo lo aceptamos sin quejarnos y nos ponemos al trabajo y sonreímos y esperamos nuestra hora. Nos servimos de gente de peor temple que nosotros y sacamos de ella el mayor provecho posible. Cuando hemos vuelto a ser otra vez lo bastante fuertes, apartamos de nuestro camino a los que nos han ayudado a salir del pozo. Éste es, hija mía, el secreto de las personas que no quieren sucumbir".

Scarlett O'Hara y Rhett Butler son claramente personas que no quieren sucumbir. Ashley Wilkes sucumbe y su infelicidad está en saberse derrotado. Otros hombres han asistido a "la desaparición del mundo en que habían sido educados. Son como peces fuera del agua o como gatos a los que hubieran crecido de pronto alas. Habían sido educados para desempeñar un papel, para hacer unas cosas determinadas, para ocupar tal o cual sitio, y ese papel, esas cosas y esos sitios dejaron de existir el día en que el general Lee se rindió en Appomatox". Pero esos otros hombres aún mantienen la fe en recuperar su mundo, mientras que Ashley es consciente de la inevitabilidad e irreversibilidad de su situación. Hay cierto mirar por encima del hombro por parte de Rhett hacia Ashley por no saber adaptarse a los nuevos tiempos, aunque también en ciertos momentos hay comprensión e incluso un punto de admiración. Si Scarlett no comparte esa especie de desprecio, pues no hay para ella peor sentimiento que la lástima, es porque tarda demasiado en desprenderse de su ilusorio amor juvenil hacia Ashley. Sin embargo, Ashley tan solo aspira en la vida a tener la suficiente libertad para hacer lo mismo que hacen Scarlett y Rhett: ser fiel a sí mismo.

No puedo evitar al pensar sobre esto recordar un fragmento de la novela autobiográfica de Amos Oz Una historia de amor y oscuridad en el que se traslada un pensamiento de la madre del autor. Dice así: "la predeterminación y el entorno en el que nos educamos, así como el estatus social son como cartas que nos reparten a ciegas antes de empezar a jugar. En eso no hay ninguna libertad: el mundo da y tú simplemente tomas lo que te viene dado, sin ninguna posibilidad de elegir. [...] la cuestión es qué hace cada uno con las cartas que le han tocado. Hay quien juega extraordinariamente con cartas no muy buenas y hay quien echa todo a perder incluso con cartas estupendas. Ésa es toda nuestra libertad: la libertad es cómo jugar con las cartas que nos han tocado. Pero la libertad también es, irónicamente, cómo jugar, [...] dependiendo de la suerte de cada uno, de la paciencia, el ingenio, la intuición, el coraje. Y en el fondo ¿no son todas esas cosas tan sólo otras cartas que nos tocan o no antes de jugar sin contar con nosotros? Y entonces ¿qué nos queda al final para ejercer la libertad de elección? No mucho, [...] tal vez sólo nos queda la libertad de reírnos de nuestra situación o de lamentarnos por ella, de participar en el juego o dejarlo, de intentar comprender más o menos lo que hay y lo que no hay o renunciar y no intentar comprenderlo; en resumen, la elección está en pasar por la vida despiertos o medio dormidos". Scarlett y Rhett juegan con cartas ganadoras. El drama de Ashley es asistir despierto a una nueva partida en la que sus cartas tienen poco recorrido. Y luego está Melanie Hamilton, la reina de la baraja porque está por encima de cualquier juego que le plantee la vida, la que no se pliega, no se doblega y aun así se mantiene firme sin hacer ruido y sin sucumbir. Tampoco se engaña. Su fortaleza es de otra pasta y por todos es respetada.

Lo que el viento se llevó comenzó a escribirse a finales de los años 20 del pasado siglo y se publicó por primera vez en 1936. Fue un extraordinario éxito de ventas y al año siguiente obtuvo el premio Pulitzer de novela. Aun con esto, la inmortalización de esta historia en la cultura popular probablemente sea más deudora de la adaptación cinematográfica dirigida por Victor Flemming en 1939, considerada como una de las mejores películas de todos los tiempos. Sea como fuere, sobre lo que no cabe duda es sobre que esta historia es todo un icono de nuestra cultura. Creo que solo por eso ya renta el tiempo empleado en la lectura del millar de páginas de esta novela. Y no estoy diciendo con esto que un icono tenga que ser inamovible, pero siempre es conveniente conocer de dónde venimos; ya se sabe eso de que de aquellos barros vienen estos lodos. Por si este no fuera suficiente motivo, os aseguro que es una novela que da para mucho pensar y comentar y cuya lectura se disfruta muchísimo.

"Cuando un habitante del Sur se tomaba la molestia de llenar un baúl y afrontar un viaje de treinta kilómetros para ir a hacer una visita, ésta no duraba nunca menos de un mes. Los meridionales eran visitantes entusiastas, así como anfitriones generosos, y no era único el caso de parientes que iban a pasar las fiestas de Navidad y se quedaban hasta julio. También, cuando los recién casados hacían sus giras de visita durante la luna de miel, terminaban por detenerse en esta o aquella casa de su agrado y allí permanecían hasta el nacimiento del segundo hijo. Con frecuencia, viejas tías o tíos que acudían a la comida dominical se quedaban allí para ser sepultados en el cementerio del lugar algunos años después. Los visitantes no representaban un problema, porque las casas eran grandes, la servidumbre numerosa y dar de comer a una boca más no tenía importancia allí donde había que alimentar a tantas personas. Gentes de todas las edades y sexos se juntaban en visita, esposos en viaje de bodas, madres jóvenes con su hijito, convalecientes, personas que habían perdido un pariente próximo, muchachas que los padres querían alejar de un matrimonio poco aconsejable, jóvenes casaderas que no habían encontrado novio y que se esperaba pudiesen combinar un buen matrimonio aconsejadas por los parientes de otra ciudad. Los visitantes añadían movimiento y variedad a la monótona vida meridional y eran siempre bien acogidos". Los sureños, pues, son anfitriones generosos y yo me he sentido muy bien acogida en su hogar y alimentada incluso en tiempos de penuria aun sin ser meridional y llegando de otro tiempo y país. Han sido solo unas pocas semanas las que he pasado en su compañía pero me he sentido una más. Tras todos sus agasajos, he partido con la nostalgia anticipada que se siente al abandonar aquellos lugares en los que se ha sido feliz. Y, aunque la mayoría de mi estancia la he disfrutado en Atlanta, no me recuerdo partiendo en mi despedida ni de la casita de la anciana tía Pittypat ni del casoplón del matrimonio Butller. Tras cruzar otro umbral, en busca de nuevas lecturas, ante mí se abren las arrasadas tierras de Tara y sobre mí reina un cielo del mismo color rojizo que estas. Y sí, reconozco que, aunque salgo de una novela, el horizonte que atisbo es como el de los atardeceres de la película. Y tampoco negaré que para mí no puede haber otra Scarlett O'Hara que Vivian Leigh ni otro Rhett Butller que Clark Gable. Así que como, por un instante, creo escuchar el tema más popular de la banda sonora de la película, compuesto por Max Steiner, a mi marcha (si también creéis escucharlo, pinchad aquí). Parto abrumada por todo lo visto y vivido en esas semanas, sin saber muy bien qué hacer con ello, cómo interpretarlo, cómo contároslo. Mis primeros pasos son titubeantes y vuelvo mi cabeza atrás, pero hay algo que me arrastra hacia adelante. Tal vez la música que creo escuchar, tal vez ese cielo rojo infinito. Yergo mi testa, miro al frente y mis pisadas son ahora firmes. Frunzo el ceño una última vez y agito mi cabeza en un intento pueril de despejarla de todo lo que bulle en ella. Me río al comprobar que ha funcionado, que he conseguido aparcar momentáneamente la sobrecarga de equipaje adquirida durante mi visita y que, cual invadida por el espíritu de Scarlett O'Hara, solo hay sitio ahora en mi cabeza para un "Pensaré en todo esto mañana [...] Después de todo, mañana será otro día".

Hoy es mañana y así os lo he contado.