Lo que llamamos principio a menudo es final

Publicado el 11 octubre 2018 por Erre @BlogeRRe

Leo en algunos estudios críticos sobre la obra de T.S. Eliot que todos sus poemas nacen a partir de una intensa crisis personal. Afirman que a través de la escritura conseguía liberar una corriente emocional que estaba presente en el fondo de todas sus creaciones. Algo que no nos sorprende, en absoluto. ¡Que tire la primera piedra quien haya estado libre de ese "pecado" a la hora de crear! Transformarla para que adquiera el valor objetivo que esperamos en la poesía es la gran proeza que solo unos pocos consiguen, aunque para ello, como en el caso de Eliot, siempre necesiten de un criterio externo al suyo. Dicha conjetura se basa en la lectura de la correspondencia que mantuvo con Pound, cuyos comentarios consiguieron que Eliot modificara hasta la extenuación su "Tierra baldía", construida tras una larga reclusión, por prescripción médica, en el psiquiátrico de Cliftonville.

Parece que también son fruto de otras profundas crisis cada uno de los poemas que conforman sus preciosos Cuatro cuartetos. La necesidad de construir un futuro que se presentaba incierto -tras la separación de su esposa Vivienne- lo devolvieron a otra tierra: la de su infancia y adolescencia. Desde allí los creó. No se puede construir un futuro si no es sobre las ruinas de un pasado, dicen. Tal vez por ese motivo la entraña conceptual de esta gran obra sea la intemporalidad. Lo que podría haber sido y no fue, pero sigue latente en el presente y se intuye, por tanto, también en el futuro. Su forma de situar lo que acontece en otro espacio temporal distinto al que conocemos me resulta fascinante.


También observamos cómo en "La tierra baldía", siguiendo los preceptos de Pound, prima la libertad a nivel conceptual y estilístico, circunstancia que contribuyó a situarlo dentro de la denominada modernidad. Sin embargo, los cuartetos presentan una marcada estructura, tanto en la exposición de ideas como en la forma de hacerlo. Un orden de contenidos complementado por un orden formal. Como si de antemano supiera lo que quería decir y cómo decirlo; como si dirigiera su voluntad sin permitirse que sus inquietudes se manifestaran por sí mismas durante el proceso creativo; como si también necesitara volver a un orden mental que, por algún motivo, le resultara -por conocido- más cómodo.

La génesis, si fue la locura, la cordura o ese débil punto intermedio, lo que lo llevó a esculpir esas joyas, nunca la sabremos por mucho que se especule sobre ello. En todo caso, lo relevante es que sus bellos poemas siguen alumbrando, aún hoy, muchas de nuestras tinieblas.

También la poesía necesita del pasado para construirse un futuro. Lo inteligente, creo, es no quedarse anclado, sino observar la antorcha que la ilumina y hacerla brillar con luz renovada.

Lo que llamamos comienzo a menudo es final
y llegar a un final es empezar.
El fin es de donde partimos. Y cada frase,
cada oración lograda (donde cada palabra
está cómoda y toma su lugar
apoyando a las otras, la palabra
que ni es apocada ni ostentosa, el intercambio
natural de lo antiguo y lo nuevo, la palabra
común, exacta pero no vulgar,
la palabra formal, no por precisa pedante,
el entero conjunto bailando en armonía),
cada frase, cada oración, es fin y es principio,
todo poema es epitafio [...]


Fragmento de Little Gidding ("Four Quartets") de T.S. Elliot
(Traducción de Esteban Pujals Gesalí)