La excitación infantil, su afán de aprendizaje y crecimiento, proviene de la palabra. Una vez que el recién nacido aprende a erguirse, tras observar que andar con pies y manos no es lo que los adultos hacen, la gente que aparece y desaparece de su vista y por tanto posee un control total sobre la vida, sus dolores y emociones, descubre que con el aire, con la voz, se pueden diferenciar las cosas. Aprenderá a decir mesa si quiere referirse a un tablero con patas de apoyo en el que le servirán los alimentos, silla si lo que quiere es referirse a otro tablero más reducido, también con patas, y que no le hará caerse de espaldas o cama si se refiere a otro tablero con un mullido en el que dejarse vencer por el sueño. Creerá que la palabra es la vida, no el hecho de que existieran mesas, sillas o camas mucho antes de su nacimiento, de su conciencia, de que en realidad el objeto o el acto se haya de nombrar para no confundirnos, para expresar lo que pensamos. (O, dando un rodeo y jugando con el pensamiento, todo lo contrario, pero tema de otro debate.) Así es, ha sido y será en toda infancia. Y cada día más, parece, en la muy inmadura vida política.
Se toma un término semoviente como Europa y se le da vueltas con el diccionario cerca: que si comunidad, mercado, unión... para crear una denominación a la que luego se le dará forma y pulirá, o se crea un ministerio de igualdad, de la cohesión territorial, de vuelva usted mañana, o una nueva forma de contratación laboral -con posibilidad de parchear según vengan los vientos, por favor- o empadronamiento a idea de sus creadores Creadores tan desorganizados que bastaría con mirar en sus mesillas de noche para encontrar tal alboroto de calcetines, medicamentos o recuerdos que indicarían su alto grado de inutilidad gestora. Claro que casos hubo en que la palabra dio origen a lo significado: centenares de títulos de novelas ejemplares, o el sustantivo Napoleón, con o sin Bonaparte, pues parece que nunca antes hubiera, ni hubiere, otro, idóneo y único si te dedicas a la estrategia en el campo de batalla con afán por pasar a la Historia. O Gernika, que parece un nombre a la espera de un Picasso, otro ideal, que plasmase la tragedia que un día les sobrevolaría. Pero son los menos.
Una palabra que aprendes en la infancia es despacio, como antónimo de peligro u hospital. Otra, no, sinónimo de pobreza. Hoy, todo se rima con prisas y síes, excepto la ayuda humanitaria y lo Juzgados de lo Penal o de Primera Instancia, aunque no creo que nadie me pueda convencer que la Tierra da más de una vuelta cada día, navegar por la www con banda ancha te hace más sabio y un coche a 220 km/h más libre. La música estaba mucho antes que el mundo aprendiera a decir fonógrafo o Louis Armstrong. Los árboles antes que casa o palacio. Los objetos antes que las letras. Y al final, contó Esopo, la tortuga llegó a su meta antes que la dormilona liebre.
Cuando descubra si los que tecnócratas inválidos que mal mandan son tortugas que van a su ritmo o liebres perezosas, lo escribo. Le pongo palabras a los hechos que ya fueron.