era que me contaras un cuento en la cama. ¿Te acuerdas?
- Malva - decías -, ¿cama y cuento?
Oír esas palabras era lo mejor del día, lo mejor de la vida.
Me acostaba.
- ¡Malva! - gritabas desde el pasillo -, ¿los dientes?
Me levantaba y me los lavaba. Y me los habría pintado de azul si hubiera hecho falta. Me los lavaba, y tan deprisa como era capaz: me esperaba un cuento.
Tú, mamá, cogías el libro; tengo esa imagen grabada, el momento mágico en el que abrías el libro y carraspeabas un poco. Yo cerraba los ojos y abría los oídos, en cuanto oía tu carraspeo. Empezabas a leer y me metía en el cuento poco a poco, como en el mar en verano a la hora de la siesta.
***
Leo estos días, además del interesante número 322 de Quimera (que me está obligando a googlear cada vez que me topo con un libro que me gustaría leer, con alegrías y decepciones), un buen montón de libros infantiles. Cama y cuento, de Gonzalo Moure, ha sido uno de los mejores. Un libro que debería ser lectura obligada para todos los padres.