Cada mañana me levanto al amanecer y aprovecho las primeras horas del día para escribir mis páginas matutinas, que son mi herramienta para vaciar la mente de basura innecesaria y poder liberar cada vez más mi creatividad. Después de mi sesión de vaciado mental, salgo a dar un paseo al aire libre. Para mi, respirar aire puro es esencial, así que aprovecho para irme a zonas arboladas y recibir los primeros rayos de sol.
No nos diferenciamos tanto de las plantas, necesitamos el sol para vivir tanto como ellas. ¿Podemos aguantar largas temporadas sin sol? Sí, pero a costa de perder la alegría de vivir. No es de extrañar que en países nórdicos, donde pasan largos meses de oscuridad, haya un porcentaje tan alto de personas que sufren Trastorno Afectivo Estacional o, mejor dicho, depresión por falta de luz. La primera vez que oí hablar de dicho trastorno me quedé sorprendida, ya que en España no sufrimos de esa carencia, aunque cada vez hay más personas depresivas y yo estoy convencida de que es por nuestro estilo de vida tan sedentario y asilado del contacto con la naturaleza. ¿Qué sol van a tomar? Se levantan cuando todavía es de noche, pasan todo el día enclaustrados en un edificio de esos "inteligentes" en los que no puedes abrir las ventanas y da igual que sea invierno o verano que la temperatura va a ser la misma... Salen del trabajo de noche o si es de día, van corriendo a meterse en un centro comercial para comprar lo que "necesiten", o se quedan metidos en un bar para tomar algo y "despejarse". Luego se van a su casa y se encierran a ver la televisión,donde verán todo el sol que no ven en persona.
Al desconectarnos de la naturaleza nos estamos desconectando de nuestra principal fuente de energía y vitalidad: el oxígeno. Necesitamos oxígeno para vivir, y nos encerramos en lugares donde el aire está viciado. Luego nos extrañamos porque sufrimos tantas enfermedades de civilización. Compara las estadísticas de enfermedades mentales entre las personas que viven en ciudades y personas que viven en entornos rurales y luego replantéate el estilo de vida occidental.
No nos diferenciamos tanto de las plantas, es por ello que podemos aprender muchísimo de ellas. Ahora que estoy disfrutando del verano en Arenas de San Pedro, estoy aprovechando mi paseo matutino para ir por caminos poco transitados. Paso cerca de un olivar que alguna constructora compró en pleno boom inmobiliario y que cuando explotó la burbuja dejó abandonado a la espera de una mejor época para comenzar a construir. La naturaleza se ha apoderado del olivar y se ha convertido en una finca salvaje. En ella hay todo tipo de malezas y están empezando a crecer robles de forma natural.
Cada mañana, Eduardo y yo observábamos los pequeños robles, que crecían caóticos, como si intentaran crecer 5 robles en el mismo sitio, pero ninguno tuviera la fuerza suficiente como para destacar del resto y crecer alto y fuerte. En un terreno cercano hay un área salvaje en la que no ha crecido ningún roble a lo alto, sino que se ha quedado todo disperso como si fuera un matorral. En cambio, más adelante en nuestro paseo matutino, nos encontramos con un inmenso roble, que hace honor a la expresión: "Estás hecho un roble".
Comenzamos a preguntarnos, qué era lo que necesitaba una semilla para convertirse en un roble robusto en lugar de en unos matorrales dispersos. Lo primero que necesita es sol, ya que observamos que todos los matorrales pequeños se formaban en zonas de bosque sombrías. Y lo segundo que necesita, es dedicar toda su energía a un único foco, es decir, apostar por un tronco y hacerlo crecer al máximo.
Al igual que el roble, necesitamos enfocarnos en un proyecto y entregar toda nuestra energía a él. Uno de los principales errores de los emprendedores suele ser la dispersión. Como un árbol no da frutos hasta que ha crecido, empezamos a dudar de nuestro proyecto y comenzamos a plantar semillas alrededor por si alguna crece antes y podemos ir alimentándonos con sus frutos a aunque no sean los que nos gusten. Preferimos comer toda la vida limones aunque lo que realmente nos gusten sean las peras, sólo por miedo a que el peral no de frutos.
Si tuviéramos una finca enorme, con tierra fértil, sol abundante y agua a discreción, podríamos plantar 5 árboles distintos, que todos crecerían sin problema, porque no competirían entre sí. La cuestión es que los emprendedores no partimos con una finca enrome, sino con un metro cuadrado, y en ese mini espacio tenemos que conseguir que nuestro árbol dé frutos. En cuanto dé frutos podremos ir adquiriendo más espacio poco a poco hasta llegar a tener una finca con cientos de árboles frutales. Si intentamos plantar en un metro cuadrado varios árboles, no saldrá ninguno, porque la capacidad de la tierra es tan limitada como nuestra energía para llevarlo adelante.
Es por ello, que el otro día salimos Eduardo y yo con unas tijeras de podar al paseo matutino. Entramos en la finca abandonada y comenzamos a podar todas las ramificaciones del roble que chupaban energía y dejamos sólo uno: el más alto y firme que encontramos. Tras la poda, ya no parecía un matorral, ahora sí se veía que era un roble, pequeño, pero ya era un árbol.
Al igual que hicimos con los robles de la finca, te recomiendo que podes todos tus proyectos que tienes abiertos "por si acaso". Sólo van a conseguir que tu energía se disperse y que el proyecto que de verdad te interesa, no llegue a dar los frutos que quieres. Sé que da miedo podar, sé que aterra quedarse sólo con un proyecto. Lo sé, porque yo he pasado por esa dispersión y tuve que apostar por uno. Da terror. Pero en cuanto podas el árbol, todo cambia, ya no hay más dispersión, y tanto el árbol como tu proyecto empiezan a crecer mucho más rápido y fuertes.
Conecta con la naturaleza, respira aire puro, oxigena tus pulmones y tu cerebro. Recibe los rayos del sol, aliméntate de su energía, de su vitalidad y de su alegría. Poda todos los chupones de energía que te dispersan, apuesta por un proyecto y entrégate a él. Al fin y al cabo... ¿quieres ser un matorral o un roble?