Lo que no había contado de mis viajes a Punta Cana

Por Viajaelmundo @viajaelmundo

El mar en Punta Cana siempre es muy azul

He ido tres veces a Punta Cana, en República Dominicana y nunca he tenido tiempo para verla y escribirla. Fueron viajes de trabajo, con el itinerario medido, con la hora precisa. Nada de tiempo para explorar. Sin embargo, en cada viaje me han pasado cosas curiosas: desde un servicio VIP en el que ni cargué el equipaje; un concierto de Juan Luis Guerra, una presentación del Circo del Sol; una hospitalización breve por deshidratación y, la mejor de todas, esos minutos en los que -cuando menos lo esperaba- conocí a Brad Pitt. Sí, a Brad Pitt, el actor de Hollywood.

Uno ve a Brad Pitt y se imagina muchas cosas en pocos segundos. Desde darle un beso, acariciarle el cabello, enseñarle algo de español, dar una vuelta con él tomados de la mano por alguna playa de Punta Cana y terminar ¿por qué no? pasando un fin de semana en un hotel solo para adultos, huyendo de los paparazzi. Uno imagina mucho.

Habían sido cuatros días de intenso trabajo en Punta Cana, con su playa siempre azul, con ese acento dominicano que tanto me gusta y que es como una invitación a bailar, probando frutas de todos los colores y distintos tipos de arroz. Y es que si me preguntan qué es lo que más recuerdo de República Dominicana es precisamente eso, sus sabores y la manera de hablar de su gente.

Así amanece por esos lados

Llegamos casi al mediodía a la zona VIP del aeropuerto, con el tiempo a favor para tomar el vuelo de vuelta a Caracas. Éramos siete mujeres, cada una con su propio cansancio. Nos sentamos, como cada quien quiso, a lo largo de los varios sofás que habían en el lugar. Esa área VIP es pequeña: una recepción, quizá unas tres o cuatro oficinas, un baño y una sala amplia para esperar, sin el calor propio del Caribe, mas bien con el frío helado del aire acondicionado.

Tomé una revista y quizá me hubiera quedado dormida, de no ser por el ruido repentino que venía de afuera. Un gran helicóptero amarillo batía el aire dominicano y se abría espacio en la pista. Adentro, alguien corrió y dijo algo que no advertí por la radio. Un minuto después, del helicóptero comenzaron a bajar dos, tres, cuatro, seis, nueve hombres tan disímiles el uno del otro, que hacían más confusa la escena. Adentro corrieron otra vez, abrieron las puertas y dieron paso a esta rara comitiva que entró sin mediar palabra.

Los seguí con la mirada y en el preciso instante que pasaban frente al sofá en el que estaba sentada, uno de ellos -el que iba justo en el medio usando lentes oscuros, una gorra, un jean desteñido y una franela al descuido- hizo un gesto de saludo breve y esbozó una media sonrisa, sin disminuir el paso. Solo abrí la boca para decir: “es Brad Pitt”. Y antes que me preguntaran repetí: “Ése, ése que va ahí es Brad Pitt”.

Y así cae la tarde

Y me levanté del sofá, por instinto. Y por instinto lo perseguí y no sé en qué momento tuve la cámara en las manos, ni tampoco en qué instante los ocho hombres se me plantaron al frente, cerraron una puerta de vidrio en mis narices y me dijeron que no, con la cara, con las manos, con el cuerpo.

Brad se apoyó a una columna con la actitud de quien sabe que lo están mirando. Encendió un cigarro y atendió una llamada por celular (¿Angelina, quizá?) se quitó los lentes oscuros y volvió a sonreír. Yo tenía la nariz pegada al vidrio, empañándolo, y atrás a seis mujeres más que no sé que decían. Era como una guerra de miradas: ellos allá, nosotras acá. Entonces, colgó la llamada, sonrió e hizo seña para que pasáramos. “No pictures”, dijeron a coro. Nos dio la mano, dijo algo que no recuerdo y tuvimos que salir de ahí. La avioneta en la que nos iríamos tenía seis minutos esperando y no habíamos hecho caso. ¿Cómo prestar atención? Era Brad Pitt.

Y así fue cómo lo conocí. No hay fotos, pero sí estos retazos de paisaje que guardé en la cámara.

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