Revista Arte

Lo que nos atrae y nos distancia, lo que miramos a veces sin ser vistos: lo Grotesco.

Por Artepoesia
Lo que nos atrae y nos distancia, lo que miramos a veces sin ser vistos: lo Grotesco.Lo que nos atrae y nos distancia, lo que miramos a veces sin ser vistos: lo Grotesco.
Lo que nos atrae y nos distancia, lo que miramos a veces sin ser vistos: lo Grotesco.Lo que nos atrae y nos distancia, lo que miramos a veces sin ser vistos: lo Grotesco.
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El emperador romano Nerón mandó construir, tras el gran incendio del año 64 d.C., un impresionante y megalómano palacio en Roma, la Domus Áurea. De dimensiones exorbitadas, casi unas 50 hectáreas, no pudo sin embargo terminarse a su muerte, cuatro años después. Incendiado lo que quedaba en el reinado de Trajano, este emperador decidió ocultarlo bajo tierra en un gesto de borrar toda huella de su indeseable antecesor. Esta acción permitió de este modo que, con el paso de los años, se pudiese mantener casi intacto al verse lejos del deterioro envilecido del pillaje. Así hasta que en 1480 se descubrió. Entonces aparecieron en el subsuelo unas habitaciones y pasillos decorados con figuras ridículas, grotescas, repugnantes y absurdas. Como eran unas grutas las cuevas en las que aparecieron estas imágenes fueron, entonces, llamadas grotesco (grottesco en italiano) el tipo de figuras allí representadas. 
La mitología griega había sorprendido siempre al glosar los dionisíacos rasgos de Sileno, uno de los sátiros más famosos de la antigüedad. Estos dioses menores eran viejos pero joviales borrachos, además de feos, calvos, barrigudos, obscenos, lividinosos y simpáticos. Tenía Sileno, según las leyendas, el don de la profecía y de la sabiduría cuando la embriaguez le dominaba el carácter. De este modo fue comparado, además de por su desafortunado aspecto, con el famoso filósofo Sócrates. El escritor francés Rabelais (1494-1553), en su grotesca y divertida obra Pantagruel de 1532, fue el primer humanista que glosó esta tendencia ambivalente, que rechaza y atrae, que lleva a la risa y a la reflexión. Con él lo grotesco comienza a subrayarse, a valorarse creativamente, como algo que pueda permitir a los creadores a utilizarlo en un sentido más allá de lo meramente morboso, despectivo o chabacano. 
El barroco vendrá posteriormente a brindar la oportunidad que su tendencia requerirá para expresar lo más sórdido como algo elevado, explicable, con sentido, con una profunda y especial forma de representar el lado oscuro, pero auténtico, del ser humano. Los pintores crearían entonces grandes obras que no sólo conseguirían satisfacer el deseo de belleza que todo espectador requiere, sino que, también, vendría a satisfacer otra necesidad más oculta, la de justificar, y por tanto complacer, las inevitables y corrientes desviaciones de la naturaleza. Así Caravaggio y Murillo, entre otros pintores, alcanzarían a obtener grandes obras maestras en este subgénero irreverente, aunque comenzado a ser aceptado ya, gracias a la extraordinaria sublimación que consigue el Arte.
Algunos grandes  fotógrafos del siglo XX han sido, de alguna forma, imitadores de aquellos creadores del Renacimiento y el Barroco. Uno de los más contemporáneos es el norteamericano David LaChapelle (1963). Su obra mezcla el atrevimiento, la provocación, la grosería; pero, sin embargo, lo adorna a veces con un elegante y glamuroso entorno. Así, consigue impactar con sus instantáneas de celebridades, en donde, en un gesto o escenario desaseado y soez, alcanza a atraer y destacar la belleza. Belleza que, desde luego, a veces sus modelos de por sí ya poseen. No fue el caso de la fotógrafa Diane Arbus (1923-1971), la cual buscó casi siempre la mayor sordidez, lo más depravado, marginal, diferente y rechazable socialmente; cosas que, en aquellos años, aún mantenían una despreciable forma de ser miradas.
Lo grotesco, llevado en la creación a lo más frecuente y excelso, ha tenido -y tiene- en sus autores a personajes igualmente ambivalentes, marginados, esquizofrénicos, diferentes y extravagantes. Desde Rabelais hasta LaChapelle, Arbus (que acabó suicidándose) y el pintor figuranista-expresionista Francis Bacon, por ejemplo, han sido y son seres enfrentados a sus contradicciones, a su sociedad, a sus deseos, a sus demonios y a sus vidas. Utilizaron el Arte para exorcizarla, para tratar de buscar en ella -en sus vidas- el sentido de lo que los demás, los convencionales, sólo admiran alejados, si acaso de refilón, cuando observan una de sus láminas, de sus lienzos, de sus creaciones o de sus instantáneas.
(Fotografía de la actriz Faye Dunaway, David LaChapelle, años ochenta; Fotografía de Uma Thurman, años noventa, David LaChapelle; Óleo de Caravaggio, Muchacho mordido por un lagarto, 1593; Cuadro del pintor español Bartolomé Esteban Murillo, Vieja despiojando a niño, 1675; Cuadro Retrato de enano, 1616, del pintor español de origen holandés Juan van der Hamen; Cuadro Los lisiados, 1568, Brueghel el viejo; Fotografía de Diane Arbus, Enfermos mentales, 1970; Fotografía de Diane Arbus, Enano en Nueva York, 1970; Cuadro Mujer sentada, 1961, del pintor irlandés Francis Bacon; Óleo Autorretrato, 1971, Francis Bacon.)   

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