Pienso que los acontecimientos tienden a desarrollarse a lo largo de una línea que va configurándose con lo que es habitual, lo previsible, lo ordenado y sometido a norma… hasta que esa línea se rompe. Y cuando ese momento llega, lo hace no de una manera paulatina, sino brusca y repentina (el cambio de lo cuantitativo a lo cualitativo que decía Hegel). En las fases preparatorias, pueden aparecer coyunturales rupturas de lo que era normal y normativizado que no tienen fuerza suficiente para quebrar la propensión de los acontecimientos a mantenerse en el campo de lo repetible. Pero a partir de cierto momento, los acontecimientos empiezan a ir por libre; la ley deja de tener fuerza suasoria y disuasoria suficientes como para servir de cauce a los comportamientos, y después de que durante un tiempo acontezcan fenómenos anormales o antinormales, el caos emerge decididamente. Esto ocurre tanto en el nivel de los acontecimientos sociales como en el de los individuales. En el primero, el punto de ruptura quedaría marcado por el descalabro de las instituciones, que dejan de servir de marco y acotamiento a lo que ocurre. Aristóteles, que vivía en una época crítica y que sabía lo que este tipo de cosas significan, llegó a decir que es preferible que existan malas leyes a la ausencia de leyes.
No creo que fuera casual que en unos tiempos de tanta tribulación como fueron aquellos del primer tercio del siglo XX,hubiera intelectuales que verbalizaran el espíritu de la época en ese sentido favorable a lo azaroso y a lo que atentaba contra las normas generales. Fernando Pessoa, por ejemplo, llegó a decir: “No hay normas. Todos los hombres son excepciones a una regla que no existe”. Y André Breton, en nombre del surrealismo, llevaba ese presupuesto a sus últimas consecuencias: “Creo que todo acto lleva en sí su propia justificación, por lo menos en cuanto respecta a quien ha sido capaz de ejecutarlo”. Carl Gustav Jung, también por entonces, extraía este tipo de inferencias: “Difícilmente podremos negar que nuestro presente es una de esas épocas de escisión y enfermedad. Las circunstancias políticas y sociales, la fragmentación religiosa y filosófica, el arte moderno y la moderna psicología están de acuerdo en esto. ¿Hay alguien que, dotado, aunque solo sea de un vestigio de sentimiento de la responsabilidad humana, se sienta bien con este estado de cosas? Si somos sinceros debemos reconocer que en este mundo actual ya nadie se siente del todo a gusto, y la incomodidad será del todo creciente”. El mismo Jung confesó que vio venir la Segunda Guerra Mundial analizando el desasosegante contenido de los sueños de sus pacientes alemanes en los años previos. A Ortega no le extrañarían esa clase de inferencias, porque decía que “tal vez es imposible descubrir fuera una verdad que no esté preformada, como delirio magnífico, en nuestro fondo íntimo”; es decir, que hay algún tipo de sintonía, o incluso sincronía o relación simbólica, entre lo que ocurre en el mundo externo y lo que las personas viven en su interior, más allá de lo inmediatamente evidente.
Es decir, que los acontecimientos futuros son detectables, si no en su estricta resolución, sí en las tendencias que se van formando, a través de los estados de ánimo de las personas (en España, hoy, catatróficos), así como en la aparición de lo que me voy a tomar la licencia (otro día cuento por qué) de denominar OSNIs (Objetos Sociológicos No Identificados o No Institucionalizados), es decir, acontecimientos sociales anormales, que se salen del marco de lo previsible, ordenado y normativizado. Entonces, dice Ortega, “las partes del todo comienzan a vivir como todos aparte. A este fenómeno de la vida histórica lo llamo particularismo y si alguien me preguntase cuál es el carácter más profundo y más grave de la actualidad española, yo contestaría con esa palabra”. Seguiría pudiendo contestar a estas alturas con esa misma palabra. Hegel apuntala esta misma idea: “La ruina (del espíritu del pueblo) arranca de dentro, los apetitos se desatan, lo particular busca su satisfacción y el espíritu sustancial no medra y por tanto perece. Los intereses particulares se apropian las fuerzas y facultades que antes estaban consagradas al conjunto”.
En suma, cuando se deja de respetar la ley, a veces aparentando que se es esclavo de ella (por ejemplo, cuando se excarcela de manera escandalosa a asesinos y violadores), cuando, rompiendo toda previsibilidad, un gobierno promete unas cosas y hace las contrarias, cuando una sociedad deja de tener ideales comunes que la vertebren y, por el contrario, asoman por doquier fuerzas disgregadoras (que incluso subvenciona el estado), cuando las instituciones, desde la Justicia, los partidos políticos o los sindicatos a la monarquía, bañados en la corrupción, pierden toda credibilidad… se está haciendo lo que hay que hacer para que se abra la caja de Pandora. Yo quiero sujetar mis inferencias, pensar que el mundo (que España) está sometido a un cauce suficiente y que es probable que mi ya consustancial pesimismo produzca sesgos en mis interpretaciones de las cosas. Pero tantos OSNIs no pueden augurar nada bueno.