O el precio del silencio
"Loque queda del día" (James Ivory, 1992) cuenta la historia del Sr. Stevens, un impecable mayordomo al servicio de Lord Darlington (James Fox) durante el periodo que separa a los dos grandes conflictos bélicos del s. XX. La historia se nos narra a través de dos hilos conductores que se entrelazan. El primero de ellos nos sitúa a finales de los años '50 cuando el Sr. Stevens realiza un viaje de reencuentro con su propio pasado, y el segundo es un largo flashback que nos relata la vida en la mansión inglesa durante el período de entreguerras a través de los ojos del mayordomo y su ama de llaves. Como telón de fondo se asiste a importantes reuniones diplomáticas en las que se dilucida el futuro de Europa y del mundo.
Ivory nos ofrece una realización tan elegante y contenida como el propio personaje protagonista. Narrada con gran pulso, las historias presente y pasada se funden en el momento adecuado para generar un clímax que resulta natural, nunca impostado. La cinta cuenta, además, con la fantástica banda sonora de Richard Robbins que genera una atmósfera de incertidumbre muy lograda y subraya con acierto los momentos cumbre.
Miss Kenton y Mr. Stevens
Tanto Anthony Hopkins como Emma Thompson nos brindan dos interpretaciones verdaderamente magistrales. En el caso del actor inglés, bien podría tratarse de su mejor trabajo y eso son palabras mayores. Ambos son personajes con un exacerbado sentido del deber – llevado al extremo en el caso del mayordomo – herméticos y sin vida personal. Se puede divagar en torno a la cobardía del Sr. Stevens, achacar su frialdad a la falta de agallas, pero la sensación que termina dejando su personaje es la de un ser humano que no conoce esa forma de comunicación íntima. ¿Qué ocurre cuando el "lenguaje" aprendido no está habilitado para expresar sentimientos? ¿Cómo se cuenta una historia de amor a través de personajes que sólo conocen ese "lenguaje"?"Lo que queda del día" es una muestra única. Consigue manifestar torrentes de pasión a través de un silencio, una palabra no dicha, una mirada esquiva o una mano huérfana. Es la sublimación del subtexto.
La abdicación sentimental del protagonista en pos del deber engarza con la renuncia a la defensa de una ética individual en el terreno político del que es testigo directo. Una autonegación en ambas esferas que con la perspectiva del tiempo termina por hacer mella en su conciencia. A lo largo de la cinta queda patente la idea de que arrastramos nuestras decisiones durante toda la vida, que no hay posibilidad de desandar lo andado y que sólo queda reconciliarse con uno mismo o padecer. La madurez y el paso del tiempo le ofrecen al protagonista la posibilidad de aceptar los propios errores y absorberlos. Lo más amargo del drama – y también lo más digno – es agachar la cabeza, reconocer aquello que no supo hacerse y seguir adelante. Lo que queda de vida se puede caminar con ese halo de integridad que te proporciona el autoconocimiento, pues la constatación de una intuición larvada es siempre un desahogo. El epílogo simbólico de la cinta supone un ejercicio de estilo que, en opinión de un servidor, la corona como una de las obras imprescindibles de los '90.
Y – qué coño – además sale Supermán.
Anthony Hopkins es James Stevens
Emma Thompson es Miss Kenton
Christopher Reeve es Jack Lewis
James Fox es Lord Darlington