Lo que se puede parar y lo que no

Por Mamá Monete @mamamonete

En Madrid nos cierran los centros escolares y de mayores dos semanas a partir de mañana. Muchas familias nos debatimos entre la incredulidad y la angustia, pasando por un amplio rango de emociones intermedias. Me gustaría reivindicar que entre ellas asome la rabia.

No puedo entrar en la valoración de la pandemia porque no tengo ni la menor idea de epidemiología. Pero sí me parece que las medidas que se proponen para gestionarla son muy representativas de cómo entendemos la organización social del trabajo.

¡Que se cierren los coles!

Tiene mucho sentido que se evite la afluencia a los espacios donde el contagio puede ser mayor.

Aunque no deja de ser sorprendente dónde consideramos que se producen los contagios y dónde no… cualquiera que ha pasado por una adaptación a la guardería sabe que la capacidad de las criaturas de generar barra libre de infecciones tiende a infinito. Hablamos de una enfermedad que en las personas más pequeñas puede ser incluso asintomática y a las mayores les afecta con muchos más riesgos.

Hay que evitar que los niños y los mayores se contagien entre ellos y entre sí. Perfecto. Suena bien.

¿Pero quién cuida de todas esas personas cuando son dependientes? Porque sin alternativas, parece bastante probable que terminen cuidándose entre sí.

«Las empresas deberán facilitar…»

Escribo estas líneas minutos después de que mi pareja me confirme que en su empresa no dan más opción que la de cogerse vacaciones. Por un periodo que de momento está estimado en quince días, pero «revisables», y hasta unos pocos días antes de Semana Santa… Donde los colegios volverán a cerrar.

¿Quién tiene todos esos días de vacaciones? ¿Qué implica esto de cara al verano, de cara al resto del año?

Laboralistas están compartiendo en redes sociales desde ayer que esas «bajas por cuidados» que se prometen desde las instituciones no están reguladas. Permisos sin sueldo. Enfrentarse a posibles despidos que, bueno, ya iremos viendo, seguramente serían nulos.

¿Quién puede permitirse dos semanas no retribuidas considerando el nivel de pobreza laboral del que nos vienen advirtiendo?

rocknwool

Descubriendo el teletrabajo

La primera vez que tuve derecho a teletrabajo fue hace quince años. Soy una privilegiada: una «trabajadora del conocimiento». «Esto está fenomenal, las empresas van a descubrir que no hace falta que la gente acuda presencialmente a sus puestos«.

¿En qué puestos? ¿De qué trabajos hablamos? ¿Cuántas personas trabajamos en este tipo de ocupación?

Por otra parte, el poder trabajar desde casa puede ayudar a poner una lavadora. A dejar en remojo unas lentejas. Ahorrar unas horas en transporte. Pero trabajar desde casa requiere, igual que hacerlo en una oficina, una mínima capacidad de concentración que es incompatible con cuidar de una persona dependiente.

Precisamente yo, que como autónoma y teletrabajadora he venido creyéndome que conciliar para mí sería fácil, que tengo dos años de experiencia en cuidar bebés con una mano y teclear con la otra, que solo llevo dos meses pudiendo trabajar media jornada con el silencio y la continuidad que necesito, tiemblo de imaginar lo que van a ser las próximas semanas. Vengo de ahí. No me apetece volver.

Lo que no le gusta al mercado

Ayer escuchaba en las noticias a un portavoz de CEIM insistir una y otra vez en que «hay que procurar que esto no tenga consecuencias en el empleo a medio plazo«. Me repugna esa consigna porque quienes la esgrimen suelen ser representantes de grandes organizaciones, con balances anuales muy favorables, y que se apresuran a hablar de las pérdidas.

Porque todo esto, claro, va de dinero. Va del dinero que no podemos gastarnos en buscar alguien que cuide de los nuestros. Del que no podemos dejar de ganar si pedimos un permiso. Del que vamos a perder quienes trabajamos por cuenta propia, quienes tienen pequeños negocios, que en muchas ocasiones tenemos muy poco margen de beneficio anual: quienes no van a ver un descenso en los beneficios, sino una pérdida. Que son cosas muy diferentes pero se tratan como equivalentes; igual que a las trabajadoras autónomas nos llaman emprendedoras a ver si así nos sentimos un poco menos precarias.

«Toda crisis es una oportunidad»

¿Por qué los sectores de cuidados no se consideran sectores estratégicos? ¿Por qué se pueden cerrar los colegios pero no las grandes consultoras? ¿Por qué no hay dinero para retribuir los permisos pero sí para hacer ERTEs? Las decisiones que se toman, las categorías que se asignan, las prioridades que se marcan, nos hablan de la forma en que vemos el mundo.

Mi esperanza es que esta situación nos recuerde qué es lo imprescindible. Porque necesitamos comer cada día, pero no necesitamos una promoción de comida a domicilio para hacerlo. Necesitamos cuidar a las personas dependientes mucho más de lo que necesitamos que sigan abiertas las tiendas. Y necesitamos que los planes de contingencia tengan en cuenta qué es lo que nos mantiene vivos, y no solo qué es lo que mantiene a los mercados funcionando.

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