A día de hoy sabemos que la memoria humana puede dividirse, conceptualmente hablando, en dos partes: la memoria a largo plazo y la memoria a corto plazo.
La memoria a largo plazo es donde se almacenan los recuerdos, que son situaciones asociadas a una emoción concreta. La memoria a corto plazo, también llamada memoria operativa o memoria de trabajo, es donde se almacena la información relativa a lo que estamos haciendo en ese momento.
La gran ventaja de la memoria a largo plazo es su gran capacidad, que se supone ilimitada. El problema de la memoria a largo plazo es su carácter restrictivo, ya que para poder «almacenar» algo en ella, ese algo tiene que ir vinculado a una emoción, de tal forma que, si no hay emoción, no puede almacenarse en esta memoria.
En términos prácticos, esto significa que el uso de la memoria a largo plazo nos está vedado para la mayor parte de nuestras actividades cotidianas, ya que, salvo excepciones muy puntuales, se trata de actividades desprovistas de emociones intensas.
La gran ventaja de la memoria a corto plazo es su falta de restricciones. En esta memoria puedes «almacenar» cualquier idea, dato o pensamiento que quieras. El problema de la memoria a corto plazo es su capacidad, enormemente limitada (oscila entre 7±2 elementos para la mayoría de la población), lo cual reduce considerablemente su utilidad.
Lo anterior nos lleva a algo evidente pero que a menudo olvidamos: lo normal es olvidarte de las cosas. A no ser que se trate de elementos puntuales que generen en ti algún tipo de emoción especial, lo normal es que ese elemento se te olvide en un plazo de tiempo muy breve. Se te va a olvidar a ti, se me va a olvidar a mí y se le va a olvidar a cualquiera.
Lo que sucede es que la forma en que el olvido tiene lugar es gradual y discontinua. Esto significa que las cosas no se olvidan de una vez y ya está, o al menos no todas ellas. Hay algunas cosas que sí despiertan algún tipo de emoción pero no la cantidad suficiente como para poder incorporarlas a la memoria a largo plazo. Sin embargo, sí que es cantidad suficiente como para que la memoria a corto plazo se resista a deshacerse de ellas por completo. Lo que sucede con estas cosas es que las olvidamos pero nuestro cerebro nos las recuerda posteriormente de forma puntual y aleatoria, generalmente cuando no podemos hacer nada al respecto. ¿A quién no le ha pasado ir a decir algo y olvidarse para recordarlo más tarde, cuando la conversación ya ha terminado?
El hecho de que nos acordemos con posterioridad de cosas que hemos olvidado contribuye a generar la falsa sensación de que nos acordamos de más cosas de las que realmente nos acordamos. Pero nos encontramos ante un hecho difícilmente discutible y muy fácilmente demostrable: nuestra memoria a corto plazo es limitada y escasa.
Visto todo lo anterior, parece fácil llegar a la conclusión de que, para gestionar el ingente volumen de recordatorios que exige nuestro día a día, necesitamos ayuda externa. Esto significa que necesitamos algún tipo de soporte, fuera de nuestra mente, que sea capaz de mantener y ayudarnos a gestionar todos esos recordatorios que superan la capacidad de nuestra memoria operativa.
Cuando alguien se olvida de algo que es importante para otra persona y dice que lo siente, miente. Puede que crea que lo siente, pero si lo sintiera de verdad haría algo al respecto.
Olvidarse de las cosas de manera recurrente es el resultado de una decisión personal que nada tiene que ver con lo inevitable. Dicho de forma clara: si te olvidas es porque quieres.
Eliminar los olvidos de tu vida, o al menos reducirlos a algo anecdótico, es simplemente cuestión de comprometerte a hacerlo. Un compromiso sencillo, que solo exige dos cosas: que captures las cosas en el preciso momento que surgen y que revises eso que has capturado con cierta regularidad. Hablamos de dos hábitos más simples que el mecanismo de un lápiz y por tanto al alcance de cualquier persona normal.
La diferencia entre quienes olvidan cosas habitualmente y quienes no es que unos se han comprometido a no olvidarlas – y han hecho lo necesario para ello – y otros han decidido seguir olvidándolas.
El problema es que tus olvidos dicen mucho sobre ti, sobre tu responsabilidad, sobre tu capacidad de compromiso y sobre el respeto que te merecen y con el que tratas a las personas de tu entorno. Tus olvidos son un torpedo en la línea de flotación de tu marca personal porque arruinan tu credibilidad. Cuando tus olvidos son algo frecuente y habitual, lo que tus olvidos dicen de ti es que eres una persona poco digna de confianza y que trata con poco respeto a los demás. Por si fuera poco, a día de hoy existen multitud de dispositivos que pueden ayudarte a eliminar los olvidos si tú pones un mínimo de interés por tu parte, así que se te han acabado las pocas excusas que pudieras tener.
La solución a ese fallo tan humano que son los olvidos está en tu mano y es tremendamente sencilla. O no te comprometes a hacer algo o, si te comprometes a hacer algo, empieza por anotarlo en alguna parte y continúa revisando eso que has anotado con la frecuencia necesaria para asegurarte de recordarlo. Y si no, prepárate para asumir las consecuencias, porque ya sabes lo que tus olvidos dicen de ti.
Entradas relacionadas:
- GTD: El Gran Cambio es Vaciar tu Mente
- GTD: Tu mente es un problema para tu productividad
- GTD: Tu Productividad Personal y la Paradoja del Estrés