Recuerdo a Bacon:
Quienes niegan a Dios destruyen la nobleza del hombre, pues sin duda el hombre es de la estirpe de las bestias por razón de su cuerpo, y si no fuera de la de Dios por su espíritu, sería una criatura baja y mezquina. Destruye asimismo la magnanimidad y la naturaleza humana emergente. Por tomar el ejemplo de un perro, baste señalar qué generosidad y coraje empleará cuando es sustentado por un hombre, quien ocupa para él el lugar de un dios o "melior natura"; coraje que no demostraría si no tuviese la certeza de una naturaleza mejor que la suya jamás pudiese adquirir.
Lo evoco tras leer a Konrad Lorenz:
Ningún instinto prefijado inclina al perro a recostar la cabeza en la rodilla de su dueño, y es por este motivo que tal acción guarda una relación más estrecha con nuestro lenguaje humano que lo que los animales salvajes "se digan" entre ellos.
El perro, en su relación con el amo, adopta un lenguaje que es en cierto modo creativo, abierto a la experiencia y a la inteligencia, y no una mera rémora en su ADN. Lorenz sostiene que si estos resultados no pueden repetirse en un entorno científico en el caso del perro es por la falta de incentivos de éste fuera del espacio cotidiano de sumisión al dueño, muy difícilmente traducible a las condiciones artificiales del laboratorio. En particular, escribe:
Todavía es demasiado temprano para comparar al perro con los simios antropoides, pero creo que el perro demostrará ser más apto para la comprensión del habla humana, no obstante lo mucho que el simio pueda adelantarlo en otras habilidades intelectuales.
Pero el perro no es un simio y no parece merecer ni una cienmilésima parte de la atención que éstos copan hoy. Lo que para el darwinista es simple determinismo por parentesco, a saber, la sensibilidad, la empatía y cierta capacidad de abstracción, para este etólogo es una irrupción cultural en una mente embrutecida a la que el trato continuado con una melior natura transforma con el paso de las generaciones. El énfasis en el chimpancé y el sofocante protagonismo que el mandarinato científico parece concederle se debe, entonces, a la falacia genética, al materialismo militante y al desprecio que los sacerdotes de la evolución profesan hacia el espíritu.