Lo único que importa para tomar decisiones

Publicado el 01 octubre 2021 por Jmbolivar @jmbolivar

En este post voy a compartir contigo algunas reflexiones sobre lo único que importa para tomar decisiones.

Porque tomar decisiones —buenas decisiones— es indispensable para mejorar tu efectividad.

La tendencia natural ante cualquier situación es reaccionar de manera impulsiva, en caliente, eligiendo intuitivamente la opción aparentemente mejor.

Y, para complicar aún más la cosa, decidir es algo que, en general, nos suele gustar más bien poco y hay al menos un par de motivos claros para ello.

Por una parte, decidir bien implica pensar. ¡Uf! ¡Qué pereza!

Por otra parte, decidir siempre implica arriesgar. ¡Uy! ¡Qué miedo!

A pesar de ello, decidir bien es en realidad muy sencillo. Sólo necesitas aprender y aplicar algunas buenas prácticas para hacerlo.

Cuando lo útil se vuelve disfuncional

Reaccionar de manera impulsiva, en caliente y eligiendo intuitivamente la opción que parece mejor es un comportamiento que ha jugado históricamente muy a favor de nuestra supervivencia como especie.

A lo largo de su proceso evolutivo, el ser humano ha mantenido una lucha encarnizada por sobrevivir, una lucha en la que reaccionar rápido era un factor decisivo.

Actualmente, sin embargo, la realidad es muy distinta. ¿A cuántas situaciones se enfrenta hoy el ser humano en su día a día que realmente supongan una amenaza para su vida?

En esta nueva realidad, seguir reaccionando como nuestros antepasados no sólo ha dejado de ser útil —y de tener sentido— sino que se ha vuelto profundamente disfuncional.

Porque antes la consecuencia de gran parte de tus elecciones era evidente e inmediata: o sobrevivías o morías.

Pero ahora las consecuencias son mucho menos evidentes y, en la mayoría de los casos, mucho menos inmediatas.

Lo que haces —y lo que no— tiene consecuencias

Mucho de lo que nos ocurre en la vida nos viene dado. Familia, lengua, cultura, creencias, etc. vienen en gran medida condicionadas por dónde nacemos.

Pero, dejando todo esto a un lado, otra gran parte de lo que nos ocurre es consecuencia directa de lo que hacemos y también de lo que no hacemos.

Y, como ya habrás imaginado, lo que hacemos y lo que no hacemos son simplemente la expresión de lo que elegimos o decidimos hacer o no hacer.

Precisamente por eso es tan importante dejar de reaccionar como nuestros antepasados y adecuar nuestro comportamiento a la realidad actual.

Una realidad en la que los matices importan, las opciones son muchas —a menudo poco obvias— y las consecuencias rara vez son inmediatas.

Aceptar es madurar

Es perfectamente lícito que haya cosas que no te gusten, como también es lícito preferir que sean de otra manera.

Pero que no te gusten, o preferir que fueran distintas, es una cosa y otra, muy distinta, es ser incapaz de aceptar que son como son. Eso es inmadurez.

Decidir siempre conlleva un riesgo, por mínimo que sea. Y esto, te guste o no, es así. Acéptalo.

Incluso evitar decidir es una decisión, así que también en este caso estás asumiendo un riesgo.

Algunos comportamientos que evidencian esta falta de madurez son:

  • Obsesionarte por acertar en lugar de centrarte en tomar la decisión correcta, independientemente de si aciertas o no.
  • Tener miedo a las consecuencias en lugar de aceptarlas como algo inherente al proceso de decidir.
  • Tener miedo a que te falte información en lugar de aceptar que nunca vas a tener toda la información y que, además, demasiada información suele ser contraproducente.
  • Tener miedo a que no sea el momento idóneo para decidir en lugar de adoptar la buena práctica que recomienda David Allen → «the last responsible moment» (el último momento responsable).
  • Los pensamientos de culpa a posteriori del tipo «si hubiera decidido mejor», en lugar de aceptar que es imposible que el 100% de tus decisiones correctas sean también acertadas.

Lo único que importa para tomar decisiones

Para decidir tiene que haber al menos dos opciones, aunque en muchas ocasiones habrá más. Un factor que ayuda a tomar decisiones (bien) es ser consciente del mayor número posible de esas opciones.

Cada opción conlleva una cierta probabilidad de que, como consecuencia de ella, ocurran cosas que consideres positivas o negativas. Cuanto más claro tengas las posibles consecuencias de cada opción, mejor.

La información relevante para el proceso de decisión es a menudo dinámica, es decir, va cambiando con el tiempo. Por eso es una buena práctica esperar al último momento responsable para decidir con la información más reciente y actualizada.

El último momento responsable es aquel que, si lo sobrepasas, ya estarás decidiendo tarde y, por consiguiente, mal (aunque aciertes).

Tener siempre presente el propósito de la decisión es fundamental. ¿Para qué estoy tomando esta decisión? ¿Qué me aporta?

Una vez tienes claro lo anterior, lo único que importa para tomar decisiones es optar —en el último momento responsable y a partir de la información disponible— por la opción conocida que más te acerque a conseguir tu propósito.

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