Lo que me lleva a ocuparme hoy de Grecia tiene que ver con los días que han transcurrido tras la proclamación de Alexis Tsipras como primer ministro, un momento que muchos esperaban como el del apocalipsis, como ese en el que los cimientos de la Tierra se moverían para vivir una nueva era, mejor o peor en función de quién mirase la bola de cristal.
Lo primero que hizo Tsipras fue componer un gobierno formado por hombres. Primer movimiento, primer motivo para que los defensores de las listas cremallera y el feminismo a ultranza cayeran sobre él. Estoy de acuerdo en que es cuanto menos sorprendente que el primer ministro heleno no haya encontrado ni a una sola mujer lo suficientemente válida para ocupar uno de los ministerios, aunque sinceramente, me resulta poco importante dados los cruciales problemas a los que debe enfrentarse este señor. La paridad impuesta siempre me ha parecido superficial y poco eficaz.
Mucho más significativas me han parecido algunas de las primeras medidas que el líder de Syriza ha puesto en marcha. Unas cuantas han puesto de manifiesto mi ignorancia y al tiempo me han sacado un gesto de horror: ¿tres millones de griegos se habían quedado fuera de la sanidad pública, del sistema sanitario, pudiendo ser atendidos únicamente por una urgencia?, ¿¿¡¡tres millonesssss!!??, ¿de verdad que estaban pagando entre tres y cinco euros por cada consulta médica o uno como copago sanitario?
No me dedico a la política (afortunadamente) ni tampoco a la economía (aunque no me queda otra que hacer equilibrios para llegar a fin de mes, como a muchos), pero el sentido común me lleva a pensar que ante unas carencias tan descomunales como las que se refieren a algo tan básico como la salud, el hecho de que Tsipras haya optado por restaurar derechos fundamentales como primera medida compensa con creces que en su gobierno haya demasiada testosterona.