Posteo mi traducción de una entrada en el blog de Guy Arcizet, Gran Maestro Presidente del Consejo de la Orden del Gran Oriente de Francia.
“Hace años que me sorprende ver y oír cómo se presenta a las modernas herramientas de comunicación, y a la rapidez con la que se propaga la información, como progreso, tecnológico por supuesto -cosa indiscutible-, pero también humano, lo que está menos claro y requiere reflexión y análisis.
Efectivamente, sea el teléfono con su evolución en el móvil, sean la televisión o la informática, el conjunto de estos elementos tiene como consecuencia, sin ser su finalidad, aislar, modificando en gran manera los elementos del mundo sensible o simplemente suprimiéndolos. Vista, tacto, olfato, gusto, incluso el oído. ¿Cómo relacionarse, si no se puede ni ver, ni siquiera por la deformante pantalla interpuesta, ni sentir ni tocar? Sin embargo, hay quienes se complacen con esta inmaterialidad e incluso la convierten en la esencia de su comunicación personal con sus interpretaciones, comentarios, a veces enviados a centenares o miles de “receptores” con, si es necesario -en el colmo del delirio-, un componente protector: el anonimato.
En esta deriva veo un riesgo: la soledad.
En primer lugar, porque imagino que la mirada compartida es uno de los elementos que estructuran y construyen la personalidad. En segundo lugar, porque es en la mirada y no en la palabra donde radica la verdad de un ser. Lo sabemos de forma intuitiva ante ciertas miradas huidizas o desviadas. También porque todos los rituales masónicos se elaboran para la mirada (o la presencia, para los invidentes), y lo sabemos además porque ponemos una venda sobre los ojos del impetrante que llega a la Logia. El diálogo virtual en los blogs o a través del correo electrónico nos vuelve a poner la venda y nos devuelve al mundo profano. El conjunto de nuestra expresión se rinde entonces a esta dimensión profana, sobre todo –la guinda sobre el pastel- cuando quien se expresa es alguien anónimo. Esto es, para mí, un gran enigma: cómo dar crédito, o incluso cómo dignarse leer la más mínima palabra de quien se pretende masón –cosa poco segura, puesto que no sabemos de quién se trata-, que dice de manera perentoria verdades más abruptas que la piedra bruta, de la que, evidentemente, si estuviera en una Logia, no podría pronunciar la primera palabra.
Se trata de una descarga de tensiones, en el sentido psicoanalítico del término, de frustrados anhelos de reconocimiento que, obviamente, no encuentran en otros lugares el espacio necesario para manifestarse. ¡Algunos amigos analizan que se puede así encontrar una utilidad a los blogs, o pueden desahogarse algunos que, de este modo, nos dejarían en paz en la Logia! Durante el comienzo de mi primer mandato, cerré en nuestra intranet un foro que solamente agrupaba a una treintena de intervinientes, siempre los mismos. Sería instructivo hacer, si tuviéramos tiempo que perder, una pequeña encuesta sobre el estado y trabajo en Logia de estos blogorreicos. Porque únicamente en Logia hay Masonería. Me he comprometido demasiado en decir y repetir la legitimidad de la Logia -única que inicia y hace al masón, única que se adhiere a la asociación Gran Oriente de Francia, con la libertad total y sin reserva de dejarla-, para imaginar que alguien pueda llamarse masón de manera anónima, fuera de la Logia y sin mandato alguno para expresarse, en detrimento del grupo al que libremente se adhiere y despreciando la promesa que prestó durante la iniciación. ¿Cuántos blogueros asumen el riesgo de la contradicción y explican su pensamiento y opiniones a sus hermanos? Sería interesante saberlo.
Porque lo virtual engendra, mantiene y evidencia una soledad a la que una institución como la nuestra debería poder aportar, y a veces aporta, un remedio. ¡Recuerdo haber escrito anteriormente que si ni siquiera la francmasonería puede consolarnos, su existencia misma se verá cuestionada y pensé entonces en Stig Dagerman y en su libro “Nuestra necesidad de consuelo es insaciable”! Y pensé también en todos esos francmasones que ya no vienen a la Logia y no trabajan más, pensando sin duda alguna que siguen siendo “masones sin mandil”. También en aquellos que optaron por otro camino, tan legítimo como el nuestro en la búsqueda de la verdad, esos que remedan la masonería fuera de las Logias, y se expresan porque lo han comprendido todo, tienen pues una verdad que claman como para conjurar mejor su propia soledad o su propia frustración de no ser reconocidos como tales.
Asumo totalmente, al escribir estas palabras, que algunos de los que me lean pensarán que voy a contracorriente de una cultura moderna que alaba las redes sociales y las comunicaciones virtuales. Otros, que son masones asiduos y de buena fe y trabajan a cara descubierta -si esto puede decirse- en sus blogs, podrían sentirse afectados. Por eso quiero aclarar que la herramienta informática es y será ineludible. Yo mismo la utilizo y, a pesar de mi edad, seguramente con tanta o mayor agilidad que muchos otros, y conozco el progreso técnico que el genio de Steve Jobs nos ha traído. No denuncio la herramienta. Denuncio un uso que frecuentemente nos sobrepasa. Pues la problemática del oficio reside ahí, en el conocimiento y la utilización de las herramientas que tenemos a nuestra disposición.
La informática solamente alcanzará su plenitud en el manejo que hagamos de ella, cuando la hayamos analizado, criticado y finalmente domesticado, lejos de la dictadura de algunos ilotas que creen ver en ella un fin”.
Filed under: Francmasonería, Gran Oriente de Francia Tagged: anonimato, internet, Masonería, virtual