Teníamos en carpeta la reproducción de esta vieja nota de "Pelo" desde hacía meses. Lamentablemente, la triste noticia de la muerte de Luis Alberto Spinetta, hace unas semanas, se adelantó al calendario y hasta confiere aún más nostalgia a esta breve crónica, escrita hace ya 38 años y que hoy -es evidente- su contenido vuelve más vigente que nunca.
Toda vez que desaparece alguno de nuestros héroes del rock, aquellos con cuya música crecimos y nos identificamos plenamente desde nuestros años adolescentes, sentimos que una parte de nosotros se va con ellos. Porque no sólo se trata del cariño que supimos prodigarles, aún cuando nunca hayamos presenciado algunos de sus shows en vivo, como -siento decirlo- es mi caso particular con el "Flaco". Se trata también del enorme vacío que dejan como músicos grandiosos, artistas íntegros y pensadores leales y honestos, que entregaron oro y cosecharon platino... recursos que nada tienen que ver con lo material, sino con ese fascinante legado cultural que no se vende, no se compra... y que las actuales "figuras" del rock nacional ni siquiera son capaces de construir. A veces es triste pensar que cuando la parca se lleve al último de estos genios sesentones, el verdadero rock nacional sólo podrá escucharse a través de viejos CD o quedará en manos de los muchos talentosos desconocidos que operan entre bambalinas. Pero en este último caso, bienvenido sea, habrá que empezar a barajar de nuevo y sin duda el proceso llevará su tiempo para devolver el buen rock a nivel masivo, tal vez no otros 40 años, pero sí lo suficiente para quedar fuera del alcance de nuestra generación.
La nota de "Pelo", publicada en noviembre de 1973, da cuenta del primer show de Invisible, posiblemente la cúspide de Spinetta en lo que a creatividad y dinámica progresiva se refiere, aunque estos son términos más que subjetivos a la hora de analizar la polifacética obra de un gigante como él. La crónica ya habla de Spinetta en términos de quien "nunca ha descendido de su línea", descripción honrosa para quien por entonces, con apenas 23 años de edad, ya era dueño de un nombre sólido, contundente -y referente- de la escena del rock argentino. No escatima el autor -posiblemente el propio director Daniel Ripoll- de puntualizar los puntos fuertes y débiles del recital debut, aunque en estos últimos deslinda responsabilidad alguna por parte del trío Spinetta-Pomo-Machi.
Vayamos a la nota y luego reflexionemos una vez más, para no olvidar nunca a este artista de excepción y todo lo inapreciable que nos dejó.
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Nº 44 - Noviembre 1973
pp. 14 y 15
LO VISIBLE DE INVISIBLE
Muy pocas veces el público recibió a un músico que ingresa al escenario como en la noche del recital debut de Invisible. Había real cariño, además del respeto, cuando aplaudían y le pedían cosas ininteligibles a Luis Alberto Spinetta. Una trayectoria de lealtad a sí mismo y a su música, una actitud sin fracturas ni concesiones en su ya extensa marcha, parecen ser los motivos que fundamentan esa devoción previa, el estar incondicionalmente "a favor" de cualquier experiencia que emprenda: se llame Tórax, Pescado, invisible o Juan Pelota.
Hay una línea, quizás vertebrada, pero siempre unida en el caudal expresivo de Luis. Puede encontrarse en algunos puntos de esa línea con otros músicos. Y hacer la música que sale de ese encuentro. Eventualmente esos músicos pueden ser mayores o menores intérpretes de su música. Pero nunca Luis ha descendido de su línea, de su entrega expresiva total.
Esta nueva experiencia evolutiva llamada Invisible es un encuentro nuevo en ese camino (el bajista Machi) y un reencuentro (el baterista Pomo, con quien ya había tocado anteriormente). Si ya se aceptaron y reconocieron sus "encuentros" anteriores no es demasiado válido comparar. Pero para quienes tengan dudas, o simplemente prefieran la comparación como método de reconocimiento, lo visible de este Invisible parece ser, a priori, un mayor basamento técnico (si es que eso tuviera importancia en la música de Spinetta) y una fluidez comunicativa entre los tres músicos que los hace trabajar independientes pero (telepáticamente?) unidos a la vez.
Quizás muchos de los que viajamos en este tren de "encuentros" como pasajeros, creamos que lo más parecido a ese ideal de grupo haya sido Almendra. Pero analizando la cosa sin cariños, ni recuerdos castradores, Almendra tuvo otro significado, otra importancia: fue el algo así como el nacimiento. Por fortuna para la música argentina, no sólo de Luis Alberto Spinetta, también de otros tres grandes músicos. Esa es la validez de Almendra: el nacimiento. Tan importante como para un ser humano que lo recuerda cada año, aún cuando ya ha conseguido su "ideal" o realización y, seguramente, hasta su muerte.
Todo debut, cada recital tiene algo que prevalece. En ese caso parece haber sido la actuación de Machi y Pomo. Más aún que la de Luis. Esos dos músicos demostraron esa noche que tienen capacidad técnica y altura creativa. Ambas cosas probablemente frenadas o dormidas en sus actuaciones anteriores. Ahora dan la sensación de haberlas hecho visibles, aflorando, con Invisible. El recital en sí fue novedoso y de calidad. Buenas ideas en cuanto a la proyección de películas (Hidalgo Boragno) y a la inclusión de un personaje (quizás simbólico) "Elmo" (el molesto): un bailarín portando una cabeza gigante de cartón que, sorpresivamente se introdujo en el escenario. El otro punto destacado estuvo en la amplificación del sonido: buenos niveles, voces au-di-bles.
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Las dos bandeadas del espectáculo (tenemos que ser francos) ocurrieron al principio del recital y los músicos no tuvieron nada que ver en ellas (cosa que, por fortuna, suele ocurrir). La primera: antes de que ocurriera nada, Miguel Grinberg subió al escenario y habló sobre la liberación, la represión y "ahora que estamos juntos", etc. Pero sucede que el rock no necesita de ningún papá por más sacrosantas que fueran sus palabras, ni requiere de ningún coordinador que le reitere clichés revolucionarios porque, en definitiva, la liberación de la música de rock la ha conseguido —y la seguirá manteniendo— la gente y no los líderes que buscan autopromoción especulando con la expectativa que provoca la presentación de un grupo, metiéndose subrepticiamente a largar un toco personal (oído obligatoriamente) para el que nadie había pagado su entrada.
El otro flanco flojo es menos grave; antes también de la actuación se presentaron fotos proyectadas con imágenes del conjunto. Se supone que todos estamos contra la idolatría: fue muy triste ver a una parte del público aplaudiendo una foto. Hubiera sido preferible que aplaudieran el doble cuando Luis nos contó la historia de "La azafata del tren fantasma". (Todo esto sin afán de verduguear a nadie).