El Lobezno de Hugh Jackman, un actor que ha sabido hacerse con el personaje hasta el punto de que nadie se imagina a otro intérprete en la piel del mutante canadiense, es una especie de sex-symbol con garras. En la película anterior, dedicada a sus orígenes, parecía un hombre casi inofensivo, que solo anhelaba que le dejaran en paz. Por suerte, en Lobezno inmortal, han echado toda la carne en el asador adaptando a nuestros tiempos el famoso cómic de Claremont y Miller y los resultados son mejores, aunque eso no sea suficiente para que estemos hablando de un trabajo redondo. La historia comienza muy bien, con una impresionante escena que transcurre en 1945 en Nagasaki. Después volvemos a la actualidad y encontramos a un Logan que ha perdido sus ganas de vivir a causa de la muerte de su amor, Jean Grey (que se le aparecerá repetidamente en sueños), hasta que las circunstancias le hacen viajar a Japón para enfrentarse a un enemigo insospechado.
La trama de Lobezno inmortal va de más a menos, pues después de este comienzo espléndido, Mangold lleva al espectador a terrenos de sobra conocidos, sin apenas desarrollar nuevos aspectos del personaje - aunque Jackman cumple muy bien con su papel - y todo se limita a una especie de videojuego en el que el protagonista debe ir superando pruebas hasta llegar al enemigo final. Todo bien filmado, muy espectacular, pero sin alma. La trama amorosa, que podía haber sido lo más interesante de la película, está resuelta con algunas pinceladas, aunque al menos aquí Mariko no es un personaje tan pasivo como en el cómic. Lo que realmente suscita enorme curiosidad, es la ya clásica escena post-créditos, donde aparecen Ian McKellen y Patrick Stewart, como aperitivo del nuevo proyecto del gran Bryan Singer: X-Men, días del futuro pasado.