Sí, he vuelto, aunque no sé si por mucho tiempo; dependerá del seguimiento de quienes me encerraron en el psiquiátrico, lugar que injustamente he tenido que pisar; ¡con la de neonazis y fascistas que campan a sus anchas! Pero no, a ellos no, me tuvo que tocar a mí, tan sólo por gritar toditos los sábados a las tres de la madrugada, por el balcón de mi casa… ¡qué no me gustaba el fútbol! Bien es cierto, que los de allí dentro no están tan mal comparándolos con ciertos personajes del exterior; sin ir más lejos, Antonio, un señor cordobés, que se pasaba seis horas por la mañana cantando como un jilguero, lo clavaba, exactamente igual, y cantaba bien el condenado (al menos, mucho mejor que Enrique Iglesias). El lado oscuro de Antonio era, cuando a las dos de la madrugada le daba por imitar al búho, ahí teníamos palabras y chucheos mayores. Luis, el cuidador, un ex domador de leones (profesión extinta, como tantas otras), se las veía putas para inyectarle el calmante; claro que con esos vuelos que emprendía el condenado búho... Con otra paciente: Penélope, una señora mayor que yo, la cosa era más tranquila: entablé una bonita relación; su locura era un obsesivo empeño en proclamar que ella era Penélope Cruz, la auténtica, la genuina, que la de la televisión era una impostora. Y era cierto, porque me enseño su DNI, donde se podía leer perfectamente: Penélope Cruz Real, claro, ¿cómo iba a contradecirla?, que me lo explique la RAE. Y además, según me dijo Luis, tenía dos carreras: matemáticas y biología; ¡vamos!, como para discutir, …yo que de niño tuve un corte de digestión por culpa de las ecuaciones. Eso sí, Penélope Cruz y yo, dábamos muchos paseos mientras le recitaba poemas y ella contaba los versos, número de letras, cantidad de acentos y comas, puntos, etc. Lo pasábamos bien. A nuestra manera nos entendíamos, como un matrimonio en su luna de miel. Luis se partía de risa (no me extraña), golpeándose continuamente el muslo, como si tuviera un látigo en la palma de la mano. Buen chico el Luis. Se solidarizó conmigo enseguida; me dijo que a él tampoco le gustaba el fútbol, -no lo digas muy alto, que te denuncian o te despiden- le aconsejé, -te lo digo a ti porque estás loco- apuntilló.Al final me dejaron libre, no sé si por los recortes o por mi buena conducta tras haber aguantado la serie “El mentalista” dos meses sin llorar de pena, además de la repetición de un Chelsea-Liverpool de 1999. De recuerdo, muy emocionado, el director del centro, ex periodista comprometido, forofo del balompié, me obsequió con una camisa de fuerza del mismísimo Inter. La he quemado (sin querer) con la plancha; ¡qué lástima! Aunque el enorme escudo negro no le queda mal del todo.En fin, no sé que será de mí, se acerca la Eurocopa…Penélope Cruz… te echo a faltar.
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