CON UN CERO
Con todo se puede hacer algo.
Hasta con un cero
– que parece que no vale nada – :
se puede hacer la Tierra,
una rueda,
una manzana,
una luna,
una sandía,
una avellana.
Con dos ceros
se pueden hacer unas gafas.
Con tres ceros,
se puede escribir:
yo os quiero.
“El libro loco. De todo un poco” fue el primer libro que recuerdo haber recibido como regalo. Yo tenía 5 años recién cumplidos y acababa de terminar Preescolar (hoy en día con esa edad ya has hecho un grado medio en plastilina por lo menos). El libro me lo regaló mi profesora, la señorita Maricarmen. Todos en clase estábamos enamorados de la señorita Maricarmen. Muy enamorados. Enamorados fuerte. Y solo nos permitimos traicionarla un poco cuando enfermó unos días y vino a sustituirla su hermana, la señorita Marilourdes. El enamoramiento continuó unos años más, cuando, ya niños mayores, nos hacíamos los encontradizos en el pasillo o el patio para poder saludarla. Luego, ya se sabe: la vida, el olvido.
Son demasiados impactos como para que el libro pasara desapercibido. O quizá no hubiera sido necesario tanto amor y tanta primera vez para que Gloria Fuertes pasara a formar parte de mi vida. Me huelo que habría bastado con Kaperucito Conká, los Tres Pingüinos, el Mono del Zoo y todos los poemas, las historias, que un día memoricé y que ahora solo recuerdo con dificultad y Google. Ese libro me lo supe hasta por las manos. No sé dónde andará mi “El libro loco. De todo un poco”. Y no quiero buscarlo. Porque buscando las cosas a veces uno se da cuenta de que las ha perdido.
La semana que viene Gloria Fuertes habría cumplido cien años. Y solo ahora he sabido (gracias Naima) que fue una pionera: feminista, lesbiana, roja, poetisa, innovadora, pacifista, ecologista, moderna. Todas esas cosas en un tiempo en el que solo una de ellas ya era suficiente para amargarle a uno la vida. Habiéndome enterado tan tarde no voy a ser yo el que la homenajee (además, Javier Marías me da miedo). Pero está clarísimo que sí que tengo que darle muchas más de cien gracias. Porque con una mínima parte de todo el talento que atesoraba, con un libro loco, y de todo nada más que un poco, me arregló la vida.
LOS TRES PINGÜINOS
Eran tres pingüinos
que se llamaban
Pin, Güi y No.
Pin quería a Güi
y Güi quería a No,
por eso el pobre Pin
estaba siempre so(lo).
Lo único que Pin
conseguía de No
era que siempre No
le hablara sobre Güi.
Se cansó el pobre Pin
de tal desolación
y se marchó por fin,
del Polo Sur al Polo Nor.
Y ya solo en el Polo,
el pingüino Pin
se pasaba los días
escribiendo a Güi.
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