Locura circular es un personal y muy auténtico conglomerado de ideas iniciáticas que avanzan por las páginas como avanzan los pensamientos fugaces por la mente del narrador. Es una música que te lleva, te mece, te atrapa y finalmente te genera cierta desazón (te esquizofreniza), como si fuera una canción de la que esperar un estribillo, pues la novela carece de una historia al uso. Al leer Locura circular se oyen los acordes del rock and roll, la literatura convertida en letras de canciones donde afloran algunas reminiscencias de libros que marcaron a generaciones enteras, como Héroes, de Ray Loriga, por ejemplo.
Se trata de una voz loca o de la voz de un loco, una voz esquizofrénica, bipolar, qué sé yo (locura circular), una voz llena de ruido de fondo que a veces no deja oír las conversaciones de la superficie. El caso es que la voz comienza a hablar, en lenguaje coloquial e incluso personal, y ya no calla (algo muy argentino) hasta que encuentra un punto y aparte, cosa que puede suceder dos o incluso tres páginas más adelante. El soliloquio nos transmite velocidad, ansiedad, desasosiego, nihilismo… y se articula en torno a citas del músico argentino Charly García, que minan el texto desde el principio hasta el final, adquiriendo finalmente el rango de voz paralela o complementaria a la del narrador.
La ciudad, aunque suene tópico, es un personaje más, quizá el principal, y se expresa a través de una voz humana que nos cuenta sus miserias y problemas, pues apenas se describen las calles y plazas de Barcelona, más bien sus sonidos. Y este ambiente alocado de inmediateces y existencias fugaces cala en los personajes marginales que pululan por la novela. De ellos sabemos más bien poco, porque aunque tienen nombre, no dejan de ser granos de arena en la playa de la gran ciudad, números en la cola del paro, puntitos minúsculos en el vacío. No dejan de ser mentes absorbidas por la exigencia de una cuidad que pide más de lo que da; cerebros fundidos en la confusión de ideas del mundo de hoy, una Locura circular.
Tiene algo esta novela que me parece brillante: el lenguaje; un lenguaje propio plagado de modismos. En su monólogo parece inventar el narrador un sinfín de nuevas palabras que en algunos casos abarcan conceptos para los que no existen palabras. Parece por tanto que el lenguaje es una cárcel de la que no podemos escapar para expresarnos y que sólo en la soledad de la mente somos capaces de manipular las herramientas de la lengua con libertad suficiente para contar el mundo. Por eso, el mejor escritor es el que no escribe, el Bartleby, el Lord Chandos, el Escritor que aparece como personaje en esta novela y que, como el narrador, piensa lo que escribe en vez de escribir lo que piensa.
Locura Circular, de Martín Lombardo (Libros del Lince, 2010).