Durante unos días he podido contemplar la naturaleza, de nuevo, con paz. Parar y ver qué es lo importante, qué es lo que me dice lo que me rodea cuando me mira. He vuelto a ver cómo los árboles abren sus finas ramas y las elevan en un cántico al cielo. No importa la frondosidad o raquitidad del árbol, si es roble o abedul, no importa que la danza del olivo sea más insinuante que la de la encina, porque todos danzan con el rumor del viento y dejan que sea éste el que silbe entre sus hojas y les arrebate descaradamente los frutos de sus entrañas. Sus hojas no sólo bailan, sino que cantan, cada una con su voz. Cantan agarradas a sus ramas, mientras que sólo gimen cuando se arrastran sobre el pavimento humano.
Durante unos días he podido contemplar la naturaleza, de nuevo, con paz. Parar y ver qué es lo importante, qué es lo que me dice lo que me rodea cuando me mira. He vuelto a ver cómo los árboles abren sus finas ramas y las elevan en un cántico al cielo. No importa la frondosidad o raquitidad del árbol, si es roble o abedul, no importa que la danza del olivo sea más insinuante que la de la encina, porque todos danzan con el rumor del viento y dejan que sea éste el que silbe entre sus hojas y les arrebate descaradamente los frutos de sus entrañas. Sus hojas no sólo bailan, sino que cantan, cada una con su voz. Cantan agarradas a sus ramas, mientras que sólo gimen cuando se arrastran sobre el pavimento humano.