A ver cómo me explico: mientras que en su juventud algunos fueron hombres-lobo o frankensteins adolescentes, servidor se tuvo que conformar con ser un empollón adolescente. Cosa de la década de los 80, que recién estrenábamos entonces sin saber la avalancha de hombreras y movidas varias que nos vendría en breve y muchos años antes de que lo vampírico y licantrópico se convirtiese de verdad en cool-que-te-cagas para la horda adolescente.
El caso es que, años después, tras haberme enfrentado en duelo sin fin con mecánicas cuánticas, espacios de Hilbert, álgebras de Lie y teoremas de completitud de Gödel varios, pensando que uno ya era ducho y experto en la lidia matemática, desempolvé el libro (inmaculado, todo sea dicho) para volver a leerlo. Y lo entendí, vaya que sí…. pero seguía siendo un soberano peñazo. No del todo, creo recordar brumosamente que incluso me lo pasé bastante bien con los capítulos filosóficos sobre lo infinitesimal y lo infinito… pero en su conjunto, era un rollo sólo apto para matemáticos “hard”. Todo sea dicho, y sin ánimo de compensar, reconozco también que otras muchas lecturas de Russell me han parecido tan apasionantes que, casi sin dudarlo, se puede decir que es una de las bases de lo que hoy puedo llamar “mis principios”.
Todo este aburrimiento biográfico es necesario como prólogo para entender lo que pensé cuando me enteré del proyecto de los griegos Apostolos Doxiadis, Christos Papadimitriou y Alecos Papadatos adaptando la biografía de Russell y la escritura de Los principios de las Matemáticas y el Principia Mathematica: “¡están locos estos griegos!”. Vamos, que tenía más posibilidades de ser interesante una adaptación al cómic de la guía telefónica que esto. Y eso que uno es muy dado a los tebeos didácticos sobre ciencia, como los de Jim Ottaviani, pero no, por esto no pasaba que ya había tenido suficientes traumas infantiles.
Pero mire usted por dónde, el libro comenzó a tener críticas muy positivas, que alababan lo entretenido de la propuesta de los griegos y lo bien hecho que estaba, bla, bla, bla… Y yo, que en esto soy siempre escéptico, volvía a pensar: “no me pillan, estos ni se lo han leído y quieren quedar bien como gafapastoso de pro nada más y nada menos que con Bertrand Rusell”.
Así seguí, convencido de mis argumentos, pero la lista de loas a Logicomix no hacía más que crecer y crecer, hasta que al final, un amigo matemático me dejó trastornado: me recomendaba a mí, “que te gustan los tebeos”, uno que se había comprado en los USA llamado Logicomix y que estaba genial.
Formalmente no inventan nada, cierto: la composición es sobria (algún homenaje a DeLucca hay por ahí…) y el dibujo es correctamente tintiniano… pero conseguir mantener el el ritmo y el interés de la obra a partir de una conferencia es, en verdad, todo un logro nada desdeñable. Quizás en estos tiempos nos dejamos embelesar más por las piruetas compositivas y la innovación formal y no recordamos que se pueden hacer verdaderos alardes narrativos desde el minimalismo formal, como es el caso de este Logicomix.
Resumiendo: que se lo pasarán muy bien, oigan, no se la pierdan.