Su físico no parecía el de una bailarina (poseía una constitución robusta y pequeña), pero eso daba igual porque cuando empezaba a bailar era etérea.
Vestida con trajes de seda enormes que ondeaba con el movimiento de sus brazos y la ayuda de largas varas, la luz ubicada en distintos rincones y teñida artificialmente de colores producía un efecto mágico e hipnótico en el espectador. Era como ver nacer y desaparecer ante tus ojos orquídeas, fenómenos atmosféricos, mariposas…Fue así como dio nacimiento a la Danza Serpentina en 1892, la primera de una serie de solos que revolucionarían las artes escénicas.
La danza serpentina convirtió a Fuller en una artista de fama mundial. Recién instalada en París, la joven bailarina americana, que venía del vodevil y de las formas más populares del teatro, se vio de pronto rodeada por una legión de seguidores y convertida en musa del art noveau. Entre la larga lista de amistades de Fuller se contaron los poetas Paul Valèry y Mallarmé (que la definió como "la forma teatral de la poesía por excelencia"); la Reina María de Rumanía, Toulouse-Lautrec, el modernista vienés Koloman Moser...
Su amistad más entrañable fue con el célebre escultor Auguste Rodin, de quien llegó a ser su agente e intentó que en EEUU se creara un museo dedicado a su obra. Aunque se lo pidió encarecidamente y él lo intentó, el genial escultor francés no pudo completar una escultura de su querida amiga. Y es que "toda su obra había sido un himno al modelado del cuerpo humano mientras que todo el arte de la bailarina consistía en hacerlo desaparecer por completo en pro de figuras abstractas”, como explica Hélène Pinet en Loíe Fuller y Rodin: bailarina y agente.
Viajando alrededor del mundo, haciendo negocios, dando conferencias o liderando su propia compañía… a Loïe Fuller nunca pareció tampoco importarle mucho la pacata moral de su época. Fue amante de su agente y productora Gabrielle Bloch y en 1925 se fotografió el pecho desnudo después de una mastectomía a causa de un tumor.
Diversas obras de arte relacionadas con Loïe Fuller. Arriba: óleo de Jean-Léon Gérôme, facsímil de Koloman Moser, y óleo de Toulouse-Lautrec. Abajo: Bronce de Theodore Rivière, lámpara de mesa de Raoul Larche y otro óleo de Toulouse Lautrec
Entre las diversas actividades de Loïe Fuller estuvo la de ser iluminadora e inventora de efectos visuales y escénicos. Sabedora de que necesitaba de sólidos conocimientos científicos, se rodeo de los mejores asesores posibles: los científicos de la época que estaban consiguiendo logros increíbles en todos los campos, en especial en el de la física y la química, con el aislamiento de las primeras sustancias radioactivas.
Su curiosidad le llevo al laboratorio de Thomas Alva Edison que le enseñó diversos materiales fosforescentes cuyas propiedades investigó con el fin de poder crear nuevos efectos en sus espectáculos. Los estudios de Fuller fueron tan lejos que llegó a dar una conferencia sobre el radio. En esta época se aún no se conocían los efectos perversos de las sustancias radioactivas recién descubiertas, y por el contrario, éstas parecían ser capaces de cualquier prodigio. Para que os hagáis una idea, había cremas faciales rejuvenecedoras que contenían radio y baños de radio para recuperar el vigor perdido, mientras que sales de radio se utilizaban con toda normalidad en la circunferencia de relojes o en la pintura de cuadros.
Cuando Edison tuvo que cerrar su laboratorio debido a las enfermedades que las sustancias radioactivas estaban causando en el personal, Fuller, lejos de amedrentarse, abrió el suyo propio.Una de las ideas de Fuller era la de utilizar unas alas de mariposa recubiertas de radio, capaces de brillar en la oscuridad, para lo que consultó con los Curie. Éstos le respondieron que la cantidad de radio que poseían en el laboratorio era ínfima. Entre ellos se estableció una buena amistad. Además de bailar en más de una ocasión en su casa, Fuller ayudó a cumplir uno de los deseos del matrimonio: conocer personalmente a Auguste Rodin. Y le puso el nombre de una de sus danzas (la danza ultravioleta) en honor a una visita que hizo al laboratorio de los Curie.
En la Exposición Universal de París en 1900 la artista, de fama mundial, contó con su propio pabellón, centrado en sus espectáculos y en el uso que hacía de la electricidad. Con los años había ido contando con un equipo cada vez más numeroso y especializado de electricistas que permitían juegos de luces cada vez más ambiciosos en sus actuaciones.
Para Fuller, la simbiosis entre danza, teatro y tecnología era indisociable: cien años después, sus teorías permanecen en la más absoluta actualidad.
Un personaje de novela, una artista genial, la danzarina que consiguió bailar con la luz.
Loïe Fuller bailando en un parque. Atribuido a Harry C. Ellis