“Les voy arrancar la cabeza a todos”. La frase tiene dueño y es boxeador amateur. Yamil Peralta no vio pelear ni a Carlos Monzón, ni a Pascual Pérez, tampoco a Niccolino Loche. Su ídolo es estadounidense y se llama Mike Tyson. “A mí me gustaba Tyson, el chabón tenía eso en la cabeza que se subía al ring y te hacía pelota. El peleador más grande”, añade.
De tez oscura, su cara tallada a golpes. Está confiado, también nervioso. “Somos los mejores boxeadores del mundo. En los otros países tendrán técnica y más de 400 peleas, pero los apretás y se quedan”. Peralta sueña con una medalla y sería la número 25 para el boxeo nacional. “Podemos llevar al boxeo argentino nuevamente al podio”, advierte el bonaerense de 22 años.
Es guapo, encarador. Peralta nació en Buenos Aires, en San Miguel. Cuando vivía en Villa Trujuy, partido de Moreno, Peralta conoció el boxeo de la mano de su tío, quien acercó a su sobrino al gimnasio del excampeón del mundo Raúl Horacio Balbi. “Cuando empecé -admite Peralta-, salía a la calle tirando piñas. ‘Qué te pasa tigre, no me mirés gato’”. Hace seis años, cuando tenía 16, se mudó al gimnasio “Tito Lecture”, con los managers Mario y Mauro Tedesco. “Ni bien entré en un gimnasio me dije: ‘Esto es para mí’, recuerda el pugilista.
Para el cubano Sarbelio Fuentes, entrenador de Peralta, su púgil debe utilizar muy bien las distancias, con velocidad, debido a que sus adversarios son mas petisos que él. Peralta, en cambio, asegura que lo mejor que hace es esperar a su rival. Ni bien terminó su combate con el argelino dijo: “No me detiene nadie”. Entonces, ¿quién detiene a Peralta?