Me encantó el lugar, que tiene un restaurante y un bar por el que se accede a la sala; ésta es, en realidad, una nave industrial que conserva mucho de su sabor añejo. En esta producción (no sé si será lo habitual), el escenario forma un pasillo central, y los espectadores (el aforo es de doscientas personas) se situán a ambos lados. La orquesta ocupa una esquina de la nave. No estaba lleno, algo que me sorprendió ya que era la función del sábado por la noche.
Road Show es un musical que ha pasado por distintas etapas. Se basa en la azarosa vida de los hermanos Addison y Wilson Mizner, dos de los creadores de Boca Ratón, la turística ciudad situada en Miami. La obra vio la luz en noviembre de 1999, en un workshop, con el título de Wise guys. Cuatro años después se estrenó, con muchas variaciones, y con nuevo título, Bounce, en Chicago, en una producción dirigida por Hal Prince que no llegaría a Broadway. Y por fin, nuevamente rehecho y ya con el título de Road Show, se presentó hace tres años en el Off-Broadway neoyorquino, con dirección de John Doyle, que es también quien la ha puesto en pie en Londres.
Se trata de un montaje inteligente, atractivo, con una partitura totalmente Sondheim: teatral, brillante, original, sonora, viva. Es ingenioso y particular -aunque para mí gusto, por ponerle una pega, no siempre funciona del mismo modo- el juego escénico que Doyle desarrolla, con la escasa escenografía acumulada en los dos extremos del pasillo y un centro donde el único objeto que se mueve es una cama multifunción. La docena de intérpretes es simplemente extraordinaria, con mención especial para David Bedella (Wilson), con una completa paleta de matices, y que convierte su actuación en una continua fiesta expresiva.
En definitiva, un musical que gusta incluso a los que no les gusta los musicales. Y a los que sí nos gustan (los buenos).