No había mucha cola en el Museo del Prado ayer domingo. Un grupito de alumnas rusas me retuvo un momento durante el que pude consultar las tarifas y ver que había una reducida a la mitad para docentes. Así que al llegar a la taquilla mostré mi identificación como profesor, dispuesto a pagar siete euros y medio, y la chica, muy agradable, me dijo: «Es gratis, señor». Ignoraba este privilegio —exención suprema para algo tan valioso— que me equipara a los menores de dieciocho años, a los estudiantes hasta veintiocho y a los discapacitados, según me he informado en la página del Museo del Prado. Un amigo me había recomendado la exposición de los retratos del veneciano Lorenzo Lotto; pero, con tiempo como ayer, pude disfrutar de la de Rubens pintor de bocetos y la curiosa In lapide depictum, pinturas de autores italianos sobre pizarra y mármol, muy curiosa; además del formidable paseo por el Edificio Villanueva para volver a ver cuadros de El Bosco, Durero o Goya. Y tantos, tantos otros. (Vaya mañana de domingo en Madrid. Horas. Los de provincias, que somos así). Vuelvo a Lotto. Formidable, espléndida exposición. No sé cuántas veces habré visto en mi vida una «imagen mental» pintada en un lienzo. Ayer la vi en el cuadro San Antonio de Florencia repartiendo limosnas (1540). Choca un cuadro así en una exposición de retratos, y por eso los responsables —comisarios de lujo como el director del Prado Miguel Falomir y el profesor de la Universidad de Verona Enrico Maria Dal Pozzolo— lo avisan en la cartelería que acompaña a la muestra. Los rostros de los mendicantes están pintados «al natural» y uno de ellos, el que lleva una hoja de laurel en la cabeza, puede ser el mismísimo Lotto; así que se autorretrata en esta obra. Pero lo que a mí más me ha llamado la atención es lo de la «imagen mental», que ahora me cuesta recordar si la he visto en algún pintor de la misma manera en que ayer me visitó por este veneciano del siglo XVI. Una «imagen real» sí es la de los espléndidos retratos en los que, en efecto, parece que uno contempla un estado de ánimo, y que aprecia la innovación del retrato doble de un matrimonio y la incorporación a la imagen de otros símbolos —la exposición incorpora algunos objetos representados en los lienzos, como sortijas, camafeos, estolas...—, y una imagen real es la del rostro de Marta, una camarera que me dijo por la noche que estaba invitado porque se había confundido y le había puesto mi cena a otros clientes. A veces las cosas no tienen ningún sentido. Y esa noche de ayer, la tristeza con la que llegué a un sitio se duplicó por una tontería. Qué tontería, la verdad. Fastuosa exposición.