Se conforma Lorenzo Silva. No es extraño que el autor de una serie detectivesca protagonizada por unos personajes fijos tienda al conformismo y a la repetición, pues el escritor, como cualquier hombre, se siente cómodo en los espacios conocidos y con la gente con la que mantiene un trato habitual. Pero no puedo dejar de reprochárselo pues, a diferencia de otros autores que cultivan el género, Lorenzo Silva tiene madera de gran escritor. Sin embargo, se conforma con servir novelas entretenidas, dotadas de historias bien planteadas, con mucha lógica y honda pretensión realista, pero a fin de cuentas novelas que no van más allá, que se estancan en la utilización del procedural y en el deslizamiento de algunas pinceladas sociales que devienen materia blanda, demasiado ligera, de consumo demasiado inmediato.La marca del meridiano empieza bien, pero promete más de lo que finalmente acaba por dar. Es la historia de un guardia civil que cruzó el límite y que paga por haberlo traspasado muriendo cruelmente a manos de unos asesinos despiadados. La aparición del cádaver y la resolución del caso son impactantes y exagerados, se contradicen con el tono realista y a ratos costumbrista que es el sello de la casa. La investigación tiene su interés, pero se desinfla progresivamente, y más cuando aparece un elemento resolutivo que no está desde el principio y aboca la narración a una rememoración tópica y superficial de un pasado y una relación amorosa que ni conmueve ni es mostrada con acierto para que se vea su verdadera importancia, su trascendencia en la vida del brigada Bevilacqua, un personaje bien creado, amante de lo militar y defensor de lo mismo con un énfasis contradictorio según su caracterización previa y volcado en exceso en sus propias emociones y en su mirada al mundo, lo que nos priva de saber más de otros personajes, como Chamorro, que apuntan mucho y nunca salen del todo de la zona de semisombra, algo que les resta valor a las narraciones de la serie, encalladas en la plasmación de un solo personaje. Esto se advierte también en los diálogos, dotados de buen humor e inventiva pero que suenan en demasiadas ocasiones a dichos por el mismo personaje, por el mismo y único personaje, limitación en la que Silva no parece reparar y que vuelve el texto demasiado homogéneo, a ratos plano pese al deseo de contar muchas cosas actuales y al buen aderezo de tecnología y lenguaje del momento. Silva carga esta novela de demasiados guiños culturales -canciones, series de televisión, películas- y acerca la historia, sorprendentemente, a un producto prefabricado, con todo medido para que la emoción salte aquí y el desasosiego allá, todo muy calculado y finalmente superficial y falso, endeble puesto al lado de otros logros del mismo autor, que parecen ahora lejanos y en otra vía que en nada va pareciéndose a esta por la que transita el último Silva.
Se conforma Lorenzo Silva. No es extraño que el autor de una serie detectivesca protagonizada por unos personajes fijos tienda al conformismo y a la repetición, pues el escritor, como cualquier hombre, se siente cómodo en los espacios conocidos y con la gente con la que mantiene un trato habitual. Pero no puedo dejar de reprochárselo pues, a diferencia de otros autores que cultivan el género, Lorenzo Silva tiene madera de gran escritor. Sin embargo, se conforma con servir novelas entretenidas, dotadas de historias bien planteadas, con mucha lógica y honda pretensión realista, pero a fin de cuentas novelas que no van más allá, que se estancan en la utilización del procedural y en el deslizamiento de algunas pinceladas sociales que devienen materia blanda, demasiado ligera, de consumo demasiado inmediato.La marca del meridiano empieza bien, pero promete más de lo que finalmente acaba por dar. Es la historia de un guardia civil que cruzó el límite y que paga por haberlo traspasado muriendo cruelmente a manos de unos asesinos despiadados. La aparición del cádaver y la resolución del caso son impactantes y exagerados, se contradicen con el tono realista y a ratos costumbrista que es el sello de la casa. La investigación tiene su interés, pero se desinfla progresivamente, y más cuando aparece un elemento resolutivo que no está desde el principio y aboca la narración a una rememoración tópica y superficial de un pasado y una relación amorosa que ni conmueve ni es mostrada con acierto para que se vea su verdadera importancia, su trascendencia en la vida del brigada Bevilacqua, un personaje bien creado, amante de lo militar y defensor de lo mismo con un énfasis contradictorio según su caracterización previa y volcado en exceso en sus propias emociones y en su mirada al mundo, lo que nos priva de saber más de otros personajes, como Chamorro, que apuntan mucho y nunca salen del todo de la zona de semisombra, algo que les resta valor a las narraciones de la serie, encalladas en la plasmación de un solo personaje. Esto se advierte también en los diálogos, dotados de buen humor e inventiva pero que suenan en demasiadas ocasiones a dichos por el mismo personaje, por el mismo y único personaje, limitación en la que Silva no parece reparar y que vuelve el texto demasiado homogéneo, a ratos plano pese al deseo de contar muchas cosas actuales y al buen aderezo de tecnología y lenguaje del momento. Silva carga esta novela de demasiados guiños culturales -canciones, series de televisión, películas- y acerca la historia, sorprendentemente, a un producto prefabricado, con todo medido para que la emoción salte aquí y el desasosiego allá, todo muy calculado y finalmente superficial y falso, endeble puesto al lado de otros logros del mismo autor, que parecen ahora lejanos y en otra vía que en nada va pareciéndose a esta por la que transita el último Silva.