Vuelve al principio Lorenzo Silva con esta excelente novela, desanda un camino que no llevaba a ninguna parte con los últimos casos de Bevilacqua y Chamorro y se mete de pleno derecho en el grupo de los triunfadores de la temporada con un gran libro bajo el brazo que recupera plenamente el espíritu de esta serie de novelas negras que son obra de un gran escritor, un moralista con sentido y con hondas convicciones irreprochables. Lo hace, de nuevo, con una novela que está dentro del procedural, pero añade vivencias de los protagonistas fuera del caso que resultan amenas y solo lateralmente tópicas -el sabueso que trabaja demasiado y no tiene pareja estable, el fracaso amoroso por una causa algo melodramática- y un humor saludable, incuestionable e insobornable marca de la casa que vigoriza a los personajes, los dota de una verosimilitud mayor y nos los acerca con tacto y prudencia para no resultar en ningún momento empalagosos ni falsos héroes que visten máscaras ocasionales de antihéroes. El asesinato de una alcaldesa es el punto de partida de una investigación que le sirve al autor para hablarnos de nuestro presente, nuestra actual corrupción, nuestra ahondada crisis y nuestras inseparables, sempiternas miserias humanas. Como Vázquez Montalbán en su serie Carvalho, hay entrevistas: los investigadores hablan con los implicados en el caso y se dejan empapar por la personalidad de cada uno, los gustos de cada uno, las ideas de cada uno, sin que eso aparentemente suponga un avance en el esclarecimiento del asesinato, como si se sumara información adiposa al relato; pero es solo una impresión fugaz y una poderosa habilidad de Silva, ya que al acabar la novela entenderemos que en el sagaz equilibrio de la narración y en la estructura de la novela no hay ningún fallo ni palabras sobrantes. La radiografía, el espejo para reflejar y señalar sin miedo son armas valientes y que están muy bien manejadas, con dureza y sin hurtar pero también con compasión para el que la merece y con un optimismo final que emerge como sana noticia después de llevarnos a uno de los agujeros más desagradables de la actual crisis social: el agujero de la política de partidos jerarquizados y falsamente creados para el bien y la defensa del pueblo. Y es que Bevilacqua se empeña en separar al que daña al semejante, se empeña en reparar el daño llevando al culpable ante la justicia, se empeña en no mirarlo todo de manera cínica ni cruel, artísticamente desengañada ni sujeta a la pose fatalista tan recurrente en otras novelas negras. Bevilacqua, sargento de la guardia civil, apuesta a su manera por regenerar el sistema: combate al que daña a su semejante caso por caso, con los medios que tiene a su alcance, lo que me resulta creíble y ennoblecedor, sincero y valioso, como es también esta novela con la que Silva pone sobre la mesa de novedades literarias un libro que se apunta a perdurar y que se cuenta entre lo mejor de la serie Bevilacqua / Chamorro, o lo que es lo mismo: entre lo mejor de la novela negra escrita en nuestro idioma.
Vuelve al principio Lorenzo Silva con esta excelente novela, desanda un camino que no llevaba a ninguna parte con los últimos casos de Bevilacqua y Chamorro y se mete de pleno derecho en el grupo de los triunfadores de la temporada con un gran libro bajo el brazo que recupera plenamente el espíritu de esta serie de novelas negras que son obra de un gran escritor, un moralista con sentido y con hondas convicciones irreprochables. Lo hace, de nuevo, con una novela que está dentro del procedural, pero añade vivencias de los protagonistas fuera del caso que resultan amenas y solo lateralmente tópicas -el sabueso que trabaja demasiado y no tiene pareja estable, el fracaso amoroso por una causa algo melodramática- y un humor saludable, incuestionable e insobornable marca de la casa que vigoriza a los personajes, los dota de una verosimilitud mayor y nos los acerca con tacto y prudencia para no resultar en ningún momento empalagosos ni falsos héroes que visten máscaras ocasionales de antihéroes. El asesinato de una alcaldesa es el punto de partida de una investigación que le sirve al autor para hablarnos de nuestro presente, nuestra actual corrupción, nuestra ahondada crisis y nuestras inseparables, sempiternas miserias humanas. Como Vázquez Montalbán en su serie Carvalho, hay entrevistas: los investigadores hablan con los implicados en el caso y se dejan empapar por la personalidad de cada uno, los gustos de cada uno, las ideas de cada uno, sin que eso aparentemente suponga un avance en el esclarecimiento del asesinato, como si se sumara información adiposa al relato; pero es solo una impresión fugaz y una poderosa habilidad de Silva, ya que al acabar la novela entenderemos que en el sagaz equilibrio de la narración y en la estructura de la novela no hay ningún fallo ni palabras sobrantes. La radiografía, el espejo para reflejar y señalar sin miedo son armas valientes y que están muy bien manejadas, con dureza y sin hurtar pero también con compasión para el que la merece y con un optimismo final que emerge como sana noticia después de llevarnos a uno de los agujeros más desagradables de la actual crisis social: el agujero de la política de partidos jerarquizados y falsamente creados para el bien y la defensa del pueblo. Y es que Bevilacqua se empeña en separar al que daña al semejante, se empeña en reparar el daño llevando al culpable ante la justicia, se empeña en no mirarlo todo de manera cínica ni cruel, artísticamente desengañada ni sujeta a la pose fatalista tan recurrente en otras novelas negras. Bevilacqua, sargento de la guardia civil, apuesta a su manera por regenerar el sistema: combate al que daña a su semejante caso por caso, con los medios que tiene a su alcance, lo que me resulta creíble y ennoblecedor, sincero y valioso, como es también esta novela con la que Silva pone sobre la mesa de novedades literarias un libro que se apunta a perdurar y que se cuenta entre lo mejor de la serie Bevilacqua / Chamorro, o lo que es lo mismo: entre lo mejor de la novela negra escrita en nuestro idioma.