‘Renovarse o morir’ es uno de los argumentos más pobres que un artista/grupo aduce cuando decide dar un giro a su sonido con respecto al que han venido desarrollando en su carrera. Parece que cambiar siempre es bueno, que la evolución siempre va a ser positiva, como si el darwinismo no fuera con la música y el que sufre una mutación que le hace peor o inferior, no importase. Y vaya si importa, aunque algunos casos gocen de un crédito (inexplicablemente) inagotable.
Algo olía mal desde el principio en el nuevo disco de Lori Meyers (incluso antes de escuchar ningún adelanto) y ese algo era Sebastián Krys. ¿Qué hace un tío que ha producido a Luis Fonsi, Shakira o Carlos Vives (entre otros del estilo) produciendo a Lori Meyers? O mejor dicho: ¿Qué llevó a los granadinos (un grupo de pop indie, recordemos) a escogerle como productor?
El resultado es Cuando el destino nos alcance, un disco francamente decepcionante y no sólo porque el coqueteo con la electrónica no haya sido acertado (el productor no tiene la culpa de todo, ni mucho menos), sino porque las canciones rozan una mediocridad preocupante. Sin frescura, sin emoción. Una planicie sólo rota por Rumba en atmósfera cero, la única que está a la altura de lo publicado anteriormente. ¿Canciones pegadizas? Si. Pero es que esto es pop, señor@s, ¡qué menos!. La inspiración ha brillado por su ausencia, cayendo en estribillos simplones y lugares comunes anteriormente visitatodos por ellos mismos pero con más estilo.
Esperemos que se cumpla eso de que no hay quinto malo, porque el cuarto ha sido más que flojo.
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