Los 10 mejores principios alternativos de novela

Publicado el 13 agosto 2014 por Ana Ana Fidalgo

DECÁLOGO MUY LITERARIO Y POCO OBJETIVO (en orden aleatorio)
Cuando pensamos en esos momentos memorables en que unas pocas palabras cincelaron una muesca en nuestra memoria y nos engatusaron con su magia inefable para arrastrarnos con ellos al abismo de la lectura, evocamos recuerdos tan personales como los de la propia infancia. Porque creo que la verdadera desolación en esta vida sería quedarnos sin lecturas, consiento en la adoración a estas breves puertas al placer. Se escribieron desgranando palabras azarosas sobre un lienzo virgen y el resultado fue un diseño perfecto, como un puzzle al que no puede faltarle ni una de sus piezas.

Es muy habitual realizar listas que recojan los principios de novela unánimemente reconocidos como más representativos de la historia de la literatura. Cien años de soledad (García Márquez), Historia de dos ciudades (Dickens), Moby Dick(Melville), Lolita (Nabokov), El extranjero (Camus), En busca del tiempo perdido (Proust), La metamorosis (Kafka) Don Quijote (Cervantes), Pedro Páramo (Juan Rulfo), El guardián entre el centeno (Salinger) o Anna Karenina(Tolstoi) suelen ser las candidatas habituales de estos rankings.

Hoy os propongo una lista alternativa, erigida con otros títulos que son menos asiduos, pero igualmente memorables; que por derecho propio (su fuerza, su capacidad para emocionarnos, su originalidad, su huella imborrable una vez que el ojo los ha atrapado) merecerían ganarse un hueco en la memoria literaria canónica. Estos son:

Los subterráneos, de Jack Kerouac:
En otros tiempos yo era joven y me orientaba tanto más fácilmente y podía hablar con nerviosa inteligencia sobre cualquier cosa, con claridad y sin preámbulos tan literarios como este; en otras palabras, esta es la historia de un hombre que no se tiene mucha fe, y al mismo tiempo la historia de un inútil egomaníaco y bufón de nacimiento...
El amante de Lady Chatterley, de D.H. Lawrence:La nuestra es una época esencialmente trágica; por eso nos negamos a tomarla trágicamente. El cataclismo se ha producido, estamos entre ruinas, comenzamos a construir hábitats diminutos, a tener nuevas esperanzas insignificantes. Un trabajo no poco agobiante: no hay camino suave hacia el futuro, pero le buscamos vueltas o nos abrimos paso entre los obstáculos. Hay que seguir viviendo a pesar de todos los firmamentos que se hayan derrumbado.
Trópico de capricornio, de Henry Miller:
Una vez que has entregado el alma, lo demás sigue con absoluta certeza, incluso en pleno caos. Desde el principio nunca hubo otra cosa que el caos: era un fluido que me envolvía, que aspiraba por las branquias. En el substrato, donde brillaba la luna, inmutable y opaca, todo era suave y fecundante; por encima, no había sino disputa y discordia. En todo veía en seguida el extremo opuesto, la contradicción, y entre lo real y lo irreal la ironía, la paradoja. Era el peor enemigo de mí mismo.  Orlando, de Virginia Woolf:
Él –porque no había duda sobre su sexo, aunque la moda de la época contribuyera un tanto a disfrazarlo– se disponía a cercenar la cabeza de un moro que colgaba del techo. Era del color de una vieja pelota de fútbol y, más o menos, de su misma forma, salvo por las hundidas mejillas y por uno o dos cabellos, ásperos y secos como los pelos de un coco.
Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carrol:
Alicia empezaba a estar harta de seguir tanto rato sentada en la orilla, junto a su hermana, sin hacer nada: una o dos veces se había asomado al libro que su hermana estaba leyendo, pero no tenía ilustraciones ni diálogos, “¿y de qué sirve un libro –pensó Alicia —si no tiene ilustraciones ni diálogos?”.



El gran Gatsby, de Fitzgerald:En mi primera infancia mi padre me dio un consejo que, desde entonces, no ha cesado de darme vueltas por la cabeza.Cada vez que te sientas inclinado a criticar a alguien –me dijo– ten presente que no todo el mundo ha tenido tus ventajas...”.


La Regenta, de Clarín:

La heroica ciudad dormía la siesta. El viento sur, caliente y perezoso empujaba las nubes blanquecinas que se rasgaban al correr hacia el norte. En las calles no había más ruido que el rumor estridente de los remolinos de polvo, trapos, pajas y papeles, que iban de arroyo en arroyo, de acera en acera, de esquina en esquina, revolando y persiguiéndose, como mariposas que se buscan y huyen y que el aire envuelve en sus pliegues invisibles.
Rayuela, de Cortázar (considerando principio el capítulo 73, como es debido):
Sí, pero quién nos curará del fuego sordo, del fuego sin color que corre al anochecer por la rue de la Huchette, saliendo de los portales carcomidos, de los parvos zaguanes, del fuego sin imagen que lame las piedras y acecha en los vanos de las puertas, cómo haremos para lavarnos de su quemadura dulce que prosigue, que se aposenta para durar aliada al tiempo y al recuerdo, a las sustancias pegajosas que nos retienen de este lado, y que nos arderá dulcemente hasta calcinarnos.La saga/fuga de J.B., de Torrente Ballester:
¡Veciños, veciños, roubaron o Corpo Santo! 

En la mañana de niebla, casi al alba, las voces estremecen el aire como trompetas. Toca todavía la campana, a la primera misa; pero su sonido es tenue, precavido, como para entrar de puntillas en las alcobas oscuras, un sonido al que se da la espalda, que se esquiva o acalla metiendo la cabeza bajo las sábanas.


El rodaballo, de Günter Grass:
Ilsebill rectificó de sal. Antes de procrear, hubo espaldilla de cordero con guarnición de judías y peras, porque era principios de octubre. Mientras comíamos aún, dijo con la boca llena: “¿Nos vamos enseguida a la cama o quieres contarme antes cómo-cuándo-dónde empezó nuestra historia?”
Pero recordad: como dijo Emerson,cuando el artista ha agotado sus materiales, cuando el pincel ya no pinta, cuando los pensamientos ya no son captados y los libros enojan... siempre nos queda el recurso de vivir