Cualquiera diría, al oírlos hablar, que Estados Unidos se halla al borde abismo y que Obama es una suerte de Leonid Brézhnev camuflado. Aseguran ellos que los chinos, los mexicanos y los japoneses se les están comiendo el desayuno.
Con una excepción, el resto compite por ser el que propone las ideas más dementes. Una lista muy incompleta de lo que odian sería: la legalidad del aborto establecida en 1974 (Roe vs. Wade) y la planificación familiar; los musulmanes, entre quienes se les hace casi irrelevante distinguir entre un profesor de física nuclear y un islamikaze; los inmigrantes mexicanos o latinos, salvo los cubanos, así lleven decenas de años en el país; tal parece que la idea de Donald Trump, según la cual hay que deportar a 11 millones de indocumentados sin pensar mucho en los hijos americanos que puedan tener, pegó; la reforma sanitaria de Obama (Obamacare); de ser por ellos, no habría problema con que 20 millones de ciudadanos se volvieran a quedar mañana sin seguro médico. Los republicanos odian, en general, lo que huela a gobierno federal, con excepción de la US Army y de las cárceles, hoy llenas de gente que en su inmensa mayoría no es blanca, ni protestante ni de origen anglosajón, como los votantes republicanos de base.
Pocos temas emocionan más a estos precandidatos que la fantasía de volver al Medio Oriente vestidos de vaqueros, misil al cinto, para hacer saltar en átomos a los malandros. Dado que no pudieron hundir el acuerdo nuclear con Irán, fantasean con humillar a ese país, pensando que así los ayatolas van a postrarse ante el verdadero dios, el dinero, y decir: “sí, bwana”. Y que no les hablen del calentamiento global, tremendo embeleco inventado por una comunidad científica a la que envenenaron y enceguecieron los pérfidos intelectuales liberales.
Después de oír a estos fanáticos, uno tiene que frotarse los ojos, pues el mundo está en realidad casi al revés de como ellos dicen. El poderío de Estados Unidos —aunque les pese a los fanáticos del otro lado, abundantes al sur del río Grande— pocas veces ha sido mayor, tal vez solo recién pasada la Segunda Guerra Mundial. El dólar sigue siendo la principal moneda de reserva del mundo, habida cuenta de que la única verdadera competencia que tenía, el euro, se estrelló en Grecia contra sus errores de diseño.
¿De dónde viene, entonces, la rabia de estos 16 señores y esta única señora? Los precandidatos republicanos —y los hay de origen africano, como Ben Carson, o latino, como Ted Cruz y Marco Rubio—, y en especial el votante raso del partido para el que los 17 actúan, sienten rabia porque el futuro no será una copia del pasado, cuando los wasp eran la mayoría, mientras que ahora son apenas la minoría más grande. No ser la mayoría absoluta y estar decreciendo en términos relativos implica que cada vez les quedará más difícil imponer gente como ellos en las instituciones del país y, muy en particular, en la Presidencia. La idea de tranzar con los latinos y los negros les aterra. El futuro les resulta abominable porque es crecientemente mestizo y pardo. Por ahí hablan incluso de emprender una especie del yihad cristiana para recuperar el país. Los colombianos, que algo sabemos de lucha armada, podríamos desaconsejarles semejante camino.
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