No soy dado a repetir consejos de otros autores. Sin malas interpretaciones, no significa que no los aprecie o coincida con muchos de ellos. Pero, en lugar de repetir como papagayo, quiero que mis lectores y colegas de letras busquen y tomen solo aquellos que les convengan.
No obstante, hoy voy a hacer una excepción con el maestro George Orwell, creador de obras como 1984 o Rebelión en la granja. Conocido en su casa a la hora de comer como Eric Arthur Blair, dentro de la literatura este escritor y periodista es toda una cátedra, tanto así que se reconoce el adjetivo «orwelliano» cuando hablamos de sociedades distópicas totalitaristas.
Y es que estas seis reglas para escribir bien (publicadas en su ensayo Politics and the English Language de 1946) tocan muy de cerca a mi propio estilo. Así que vamos allá:
1. Nunca uses una metáfora, símil o frase hecha que hayas visto antes por escrito.
Los lugares comunes son frases que fueron novedosas en su tiempo, pero que a fuerza de repetición se han convertido en clichés. En esta entrada hablo en profundidad de esta tendencia, pero está bueno ya de “negros como ala de cuervo”, “en el marco de esta reunión” y —muchísimo peor— “miembros turgentes”.
Hay que echarle imaginación a las letras: si te sorprendes visitando un lugar común, busca una nueva combinación para decir lo mismo. ¿Quién sabe? Quizás obtengas una frase tan genial que con el tiempo y el uso seas dueño… de un lugar común.
2. Nunca uses una palabra larga si existe una más corta que diga lo mismo.
Acepto gustoso la crítica de que en mi niñez lectora, además del Pequeño Larousse Ilustrado, el Diccionario de Sinónimos y Antónimos era otro de mis libros más ojeados. Nada más tenía el tomo que va de la “A” a la “M”, pero mucho me ayudó a adquirir vocabulario.
Ahora tenemos en Word un Shift+F7 que hace la misma función, pero igual que nos sirve para no repetirnos podemos utilizarlo para acortar nuestras frases y no caer pedantes al lector con nuestra sapiencia jurisconsulta.
3. Si es posible eliminar una palabra, no dudes en hacerlo.
Como redactor de contenido y copywriter, he aprendido a inflar los textos si es necesario. Al cobrar por palabras y, a veces tocar, temas de los que no existe tanta información, esta habilidad es muy apreciada. También es imprescindible en ocasiones si queremos que nuestro artículo se indexe bien según las reglas del SEO (en internet hay mucha información al respecto).
Ahora bien: si hablamos de literatura, menos es más. No hablo únicamente de microcuentos y microrrelatos, sino de obras muy extensas que hubiesen sido geniales si su autor no se hubiera empeñado en inyectarles montones de cuartillas que poco aportan.
Aquí viene el proceso de chapeado del manuscrito, que pocas veces hacemos a conciencia luego de tener listo el primer borrador. Este es otro de los conceptos del KISS (Keep it simple, stupid), del que prometo que hablaré de forma extensa… uno de estos días.
4. Si puedes utilizar la voz activa, hazlo.
Pocas cosas hay más engañosas y molestas para el lector que lidiar con un escrito donde predomine la voz pasiva. Eso de cambiar el simple “Se vende piso” a “Un piso es vendido por alguien” oscurece el sentido de las oraciones; así que es preferible verificar que tus sujetos sean los actores en la frase y no meros pacientes.
5. Evita las expresiones extranjeras, los términos científicos y la jerga.
Si hay un idioma en que esto sea fácil de lograr, ese es el español. Complejo, pero lleno de recursos, nuestro idioma nos permite sortear obstáculos casi infranqueables para expresarnos sin necesidad de extranjerismos.
Ojo, que muchos vocablos hoy en día se han colado incluso por el tamiz de la RAE a fuerza de mucho decirlos. Pero la lengua hablada es una cosa y la literatura otra. Puede que en tu país un término se use de forma común, pero el castellano es la segunda lengua más hablada en el mundo, con 590 millones de hablantes y contando.
Si quieres que tu obra sea universal, comienza por hacerla accesible al mayor número de personas.
6. Antes de decir una barbaridad, rompe cualquiera de estas reglas.
Acá se evidencia la genialidad de Orwell y su poco apego por las reglas y decálogos. Un escritor que se respete oirá consejos, pero conserva la responsabilidad y libertad de lo que plasma en la cuartilla.
Cada frase, cada línea, cada palabra tiene que expresar exactamente lo que sientes. Así que no tengas reparo en mandar a tomar viento las reglas de los grandes escritores, que casi siempre nacen de la vanidad y el éxito. En un final, es tu decisión y tu obra.
Ya corresponderá a jurados, editores y más que nadie al público el emitir el juicio definitivo sobre la calidad de lo que escribes. Yo únicamente te cuento lo que Orwell me dijo, ¿vale?