La verdad es que el nombre de la sección es un buen ejercicio de PNL: “errores”. No pueden ser diferencias o desigualdades, tienen que ser errores.
El ejercicio que lleva proponiendo este periódico desde hace tanto tiempo es muy parecido al juego que practicamos cada día todos nosotros. Buscamos “los errores”, no sé si ocho, más, o menos, el caso es que siempre los buscamos, pero en esta ocasión, de otras personas. Parece que hemos nacido con una habilidad especial para ver “los errores” en los otros. Somos muy ágiles y agudos a la hora de detectar el fallo ajeno, pero esta capacidad no está tan desarrollada cuando se trata de detectar los de uno.
El juego de los ocho errores propone dos fotos prácticamente iguales en las que hay ligeras diferencias, y estas suelen carecer de importancia alguna. En el caso de las personas ocurre exactamente lo mismo. Partiendo de que todos somos iguales, es importante saber cuál es la naturaleza de “la diferencia”. Parece que nos han enseñado a ver ésta como mala, como error. Además, esa capacidad especial que tenemos para detectarla es genial, ¿por qué?, porque esa capacidad para detectar problemas en los otros tiene mucho que ver con nosotros mismos.
¿Por qué somos capaces de ver los errores en otras personas?. Cuando pienso en la respuesta me acuerdo de lo que ocurre cuando te quieres comprar un coche, de repente parece que ves ese coche por todas partes; o lo que le ocurre a las mujeres embarazadas, que no dejan de ver otras mujeres embarazadas. Predisponemos nuestra mente y centramos nuestra atención en aquello que nos interesa. Me da la sensación de que con “el error” ajeno pasa lo mismo. Si vemos esos fallos puede ser porque es algo que no tenemos y deseamos, porque es algo que nos trae un mal recuerdo pasado y lo asociamos con algo malo independientemente de que las condiciones hayan cambiado, o puede ser que el otro actúe como un espejo dejando al descubierto nuestras propias debilidades.
El caso es que debemos ser muy cuidadosos a la hora de identificar estas diferencias. David Caruso, profesor de la Universidad de Yale, recomienda cuatro pasos para trabajar con las emociones: identificarlas, usarlas de manera correcta, entenderlas y manejarlas. El propio Dalai Lama reconoce la importancia de saber identificar nuestras emociones, ser conscientes de cuando afloran y en ese momento saber convivir con ellas y gestionarlas adecuadamente, evitando que éstas nublen nuestro juicio e impidan que hagamos nuestro trabajo correctamente.
Cuando criticamos a otras personas, cuando vemos en ellos fallos, debilidades y problemas, merece la pena pararse a pensar un momento cuánto de eso puede ser nuestro y cuánto de la otra persona. A lo mejor puede que nos llevemos alguna sorpresa.