Ver a un señor postrado en su cama, rodeado de tubos, con el cuerpo plagado de heridas y moratones, con dificultades para respirar y hablar y con la memoria mezclada. Pensar en aquel señor que venía a recogernos a la playa, con su pelo blanco perfectamente peinado y reluciente, y su camisa de manga corta. Aquel que nos obligaba a tomarnos tres postres mínimo.
El hecho de que nos pida que le traigamos una coca cola a pesar de estar así te hace pensar que su niño interior sigue luchando por vivir, y te saca una sonrisa.
Me pregunto porqué llega un momento en el que los fragmentos de lo vivido se nos entremezclan, porqué la vida se va despidiendo de esa manera. Leí hace poco que los abuelos deberían ser eternos, a lo que una amiga comentó que lo son. Yo también quiero pensar eso. Que al menos en nuestros recuerdos siguen existiendo y nunca nos abandonan. Ojalá mis nietos me recuerden, y no en mis últimos días. Ojalá sepan siempre que les he querido y que me da pena irme.
Esto es para mi madre, a la que quiero más que a nada en este mundo, y a la que admiro profundamente por ser la mujer más fuerte que he conocido. Te quiero mamá.