No me cabe duda de que el Anti Atlas ejerce una atracción especial sobre todo el que lo visita. Sus amplias mesetas desoladas y pedregosas, surcadas por profundos cañones que esconden palmerales y oasis de verdor que se antojan imposibles en medio de tanta desolación; sus montañas desnudas tatuadas de múltiples estratos que muestran su historia geológica; las afiladas crestas del imponente macizo granítico del Jbel Lekst y los valles a sus pies; las redondeadas colinas con sus pequeños espacios aterrazados para el cultivo del cereal, moteadas de almendros y arganes... Pero esta cordillera es mucho más, presenta una característica especial que quizás sea la causa de que a muchos nos haya robado una parte del corazón (o se nos haya "clavado en el hígado", utilizando una expresión bereber, que identifica esta víscera con el amor): el paisaje humano y su ingente patrimonio arquitectónico y cultural materializado principalmente en sus graneros colectivos fortificados, que en esta región se denominan Agadires (o Ighrem), y que a lo largo de los siglos -algunos de ellos se remontan al S. XIII- han constituído, y aún hoy lo siguen haciendo, un elemento esencial y diferenciador del paisaje de la región.
Los agadires, verdaderas fortalezas, se encuentran repartidos por toda la cordillera, aunque en concentración desigual, siendo mas numerosos en el sector occidental de la misma, y dentro de éste,
A los que están asentados sobre la cumbre de promontorios rocosos los podríamos llamar de tipo "orgánico", ya que su forma se adapta de tal manera a la estructura de la roca que lo sustenta, adaptándose a ella como un guante, que se nos presenta como una continuación de la misma, como un mismo organismo. Las líneas curvas alcanzan aquí su máxima expresión.- Lógicamente las limitaciones de espacio de este tipo de agadires les obliga a adaptar la estructura interna al escaso terreno y su configuración, y, en muchos casos, su única manera de crecer y ampliarse es en vertical, elevándose. Los departamentos dedicados a que las familias guarden sus reservas de grano y otras pertenencias valiosas, se articulan en torno a los escasos espacios robados a la roca, a modo de pequeñas plazas, donde se emplazan a varias alturas (foto de inicio). .- De este tipo destacamos , en la zona sur, los agadires de Aguelluy, en Amtoudi id Aissa (Foto izquierda) , y el Tadakoust, en las cercanías de Ait Ouabelli: y en la zona norte, los de Tasguent (foto de inicio) y Dou Tagadirt (foto inferior), en las inmediaciones de Ait Abdellah, ambos muy bien conservados.
A pesar de los diferentes tipos constructivos, casi todos ellos presentan una serie de características comunes:
- La presencia de una muralla defensiva con torres de vigilancia y una única y robusta puerta de acceso. Esta muralla es integral en aquellos graneros que hemos denominado "lineales", y circunscrita a la zona menos vertical y más accesible en los agadires "orgánicos".
- Tras esta muralla defensiva se halla un segundo muro perimetral que no es otra que la pared exterior del propio granero, sin ningún otra posibilidad de acceso que otra gran puerta recia y resistente.
- En el espacio entre la primera muralla y el agadir, se ubican varias estancias dedicadas a labores indispensables para resistir los asedios (hornos, carpintería, herrería...) y, generalmente, un algibe para recoger el agua de lluvia.
- Dentro del Agadir, como hemos visto, se encuentran las celdas situadas en varios niveles (de 1 a 4) donde las distintas familias guardan el grano y las pertenencias de valor.
- Para poder acceder a los compartimentos ubicados en los pisos más altos, una serie de losas planas incrustadas en las pareces hacen las veces de escalones. Aún me resulta difícil comprender cómo eran capaces de elevarse sobre ellos -cosa nada fácil- cargados con los sacos de grano o los cántaros de aceite.
- Todos los graneros cuentan con la presencia de un vigilante responsable, nombrado por la comunidad, denominado Amin.-
El terreno fortificado de un agadir tiene la consideración de zona sagrada con obligación de paz, y su organización estaba regulada por un complejo sistema de normas, en las que se establecían los derechos y deberes de los miembros de la comunidad.- Dichas normas, plasmadas por escrito, en árabe, en diversos soportes se guardaban celosamente en el interior de cada granero, junto con los títulos de propiedad de cada celda.- En el agadir de Itourhain, como en otros muchos, toda esa documentación (llouh) se conserva aún. En este caso concreto, toda esa información se encuentra escrita sobre tablillas de madera. (foto inferior)
Aún hoy en día, los agadires están cerrados con llave por regla general. En cada pueblo una persona guarda la llave (ya sea el guardián u otra persona que se encuentra cerca del granero la mayor parte del tiempo). Si se solicita, normalmente es posible visitar el agadir, aunque nunca hay que olvidar dejar una propina en agradecimiento por el servicio prestado.
En referencia al estado actual de los agadires, hay que tener en cuenta que la razón misma de su existencia está íntimamente asociada a la gestión de los riesgos, los cuales pueden proceder de causas naturales, pero también -como se ha dicho- de los incursiones de los enemigos seculares de las comunidades que los utilizaban. La desaparición de estas causas puede significar, aunque no siempre sea el caso, el fin de estas instituciones. La mayor parte de estos edificios han conocido fases de destrucción-reconstrucción asociadas a determinados momentos de la historia (especialmente en el periodo de los grandes Caids del Atlas), pero también han sido testigos de la migración de la población, del auge de las comunicaciones y los intercambios que han afectado profundamente a la preservación de esta tipología arquitectónica. (foto inferior Agadir de Zrhearhine, cerca de Ait Abdallah).-
Actualmente, después de varios siglos, se puede constatar que algunos agadires aún funcionan normalmente, pero tienen los días contados puesto que el granero es una institución comunitaria, pero las celdas que lo constituyen tienen un estatus de propiedad individual, lo que hace difícil cualquier intervención "externa". El proceso de inscripción de estas edificaciones en la lista del patrimonio nacional será, sin duda, una potencial vía de salvación.
A pesar de todo, y aunque muchas de estas fortalezas se encuentran abandonadas y en un estado deplorable, la condición de uso de algunas de ellas y la labor abnegada de ciertos particulares y asociaciones culturales (entre los que destaco a la arquitecta y antropóloga Salima Naji, auténtica enamorada y -por ende- defensora del impresionante y a veces despreciado patrimonio arquitectónico de las regiones atlásicas marroquíes) tanto en la restauración de estas maravillas, como en la concienciación a los aldeanos de la necesidad de preservar esta patrimonio cultural tan identificativo, abre una puerta a la esperanza para que las generaciones futuras puedan seguir disfrutando y aprendiendo de él.-
La práctica totalidad de los agadires se puede visitar. Únicamente tengo conocimiento de uno, el agadir de Issouka, en el que la comunidad no permite el acceso a los turistas.- En algunos casos, las visitas están reguladas y hay que pagar un precio tasado para acceder al interior. Es el caso del agadir de Tasguent (foto superior), con una tarifa de 30 Dh. por adulto y 10 Dh para los pequeños.- Pero en la mayoría, hay que contactar con el guarda. Nada más fácil, cualquier aldeano, al saber de nuestro propósito nos ayudará a encontrarlo.- Volvemos a incidir en que es conveniente, tras finalizar la visita, dar una propina al guarda , que también ejercerá la función de guía, en agradecimiento y por las molestias.
En próximas entradas, nos acercaremos a algunos de estos Agadires.
Para saber más recomiendo el libro de SALIMA NAJI "Graniers Collectifs de l'Atlas. Patrimoines du sud marocain", editado por Editions Edisud. Casablanca 2006.
Para localizar sobre el terreno los Agadires, "La carte touristique de l'Anti-Atlas occidental" (Herbert Popp, Brahim El Fasskaoui y Mohamed Ait Hamza) es un buen instrumento.
Mi mas profundo agradecimiento a mis grandes amigos Montse y Xavi, con quienes comparto viajes y pasión por este tema, por su ayuda y asesoramiento en la elaboración de este artículo.