El tiempo estipulado para llevar a cabo estos trabajos como agosteros era generalmente durante los meses de julio y agosto.
En el pasado de la mayoría de nuestros pueblos de aquellos años 60 y 70 en particular, cuando la generalidad de las tareas agrícolas no estaban tan mecanizadas y se llevaban a cabo con la ayuda de un par de mulas que tiraban de los diferentes útiles de trabajo, maquinaria pesada de aquella época incluida; y que, por tanto, la mano de obra era imprescindible una vez llegado el verano sobre todo, en muchas casas, en el tiempo marcado para la recolección al no tener suficiente capital humano, había que recurrir a buscarlo en el exterior, entrando en juego aquí una de las figuras que se estilaba mucho por aquel entonces: los "agosteros".
Y cuando tampoco se encontraba a nadie en la propia localidad para estos trabajos, había que buscarles en localidades como por ejemplo Saldaña -en lo referente a los pueblos de su amplia Comarca: Vega-Valdavia-Páramo-, donde llegado San Pedro -el 29 de junio-, una de sus plazas más céntricas acogía la presencia de grupos de hombres -generalmente muchachos jóvenes de algún pueblo de los alrededores- que aspiraban a ser contratados como agosteros. Y donde, de otro lado, se acercaban para realizar las pertinentes contrataciones los agricultores que precisaban de sus servicios. Y allí, cara a cara, y tras las correspondientes conversaciones entre uno y otro - amo y agostero-, se llevaba a cabo lo que se conocía como "ajustarse como agostero", acordándose en aquel mismo acto el precio fijado por sus trabajos y la fecha de inicio de la prestación de las diferentes tareas. Finalizando todo con un simple apretón de manos, que ambas partes valoraban como suficiente. No sabíamos muy bien los chavales de aquellos años explicar el por qué, pero la llegada cada año de la familiar figura de los "agosteros" a algunas de las familias de nuestro pueblo, Velillas del Duque, significaba que el verano había comenzado de verdad. Y para nosotros, que gozábamos desde hacía algunos días ya de las ansiadas vacaciones de verano, significaba, además, el poder disponer entonces de todo el tiempo del mundo para estar en la calle con los amigos, ocupados en mil batallas de juegos y actividades lúdicas de todo tipo. Y, aunque sabíamos también que deberíamos arrimar el hombro en nuestras casas en muchas de las tareas y faenas del campo durante una gran parte de esos dos meses, nos gustaba el verano por encima de todo. Siendo matemático que, durante aquellos años, cada primero de julio apareciesen en el pueblo unos cuantos agosteros, que convivían en las casas de sus respectivos amos como unos convecinos más. Participando de la vida del pueblo y de nuestras costumbres, nuestras tradiciones y nuestras fiestas. Llegando, en ocasiones, a formarse alguna pareja con vocación de futuro, entre el recién llegado como agostero y alguna de las chicas del mismo, tras seguramente haber actuado Cupido alguna noche a la luz de la luna y surgir el amor entre ellos. La figura de los agosteros, andando el tiempo y tras desaparecer paulatinamente de nuestros pueblos con motivo de los constantes avances en la mecanización de los trabajos del campo, que hizo que ya no se necesitase tanta mano de obra, pasaría a formar parte de la cultura secular del mundo rural y a quedar sólo en el recuerdo de los más viejos del lugar. Pero, qué duda cabe que, durante unos años, contribuyeron a dar vida a los pueblos durante el verano, cuando prácticamente nadie acudía a ellos para veranear -tal y como lo entendemos ahora-. Y que quienes lo hacían, familiares que habían emigrado en su día a otras partes del país, si regresaban al pueblo en esas fechas era para ayudar también en las faenas de la recolección. Pues todos los brazos y todas las ayudas que llegasen, eran bienvenidos desde el primer momento.