Santonja opinó que estos documentos prueban que el toreo es “un elemento constitutivo de ser español”, más allá de tratarse de “un invento español”, aunque también lo es, agregó. Asimismo, indicó que en este libro se “ahonda” en la perspectiva de que el toreo “no tiene patria chica, sino que tiene patria grande”, porque aparece en los archivos y construcciones de diferentes lugares de la geografía española.
En este sentido, afirmó que no puede decirse que se originara ni “en Pamplona, ni el País Vasco o en Valladolid’, ya que se encuentran todo tipo de manifestaciones que hacen referencia a la tauromaquia en lugares como iglesias, catedrales o palacios en puntos “de toda la Península Ibérica”.
En cuanto al documento escrito más antiguo que se conserva hasta el momento y que ratifica la existencia de los toros como fiesta, citó que es un testamento que realizó un ganadero, Rodrigo Pelayo, en el que dejó escrito que dejaba una tercera parte de sus vacas bravas a la iglesia para poder ser enterrado en la iglesia de Santa María de Bamba. En el testimonio de su última voluntad, se nombra a personalidades de la época como a un canónigo, que permite a los historiadores fechar el testamento entre los años 1164 y 1185.
El autor confesó que el germen de este libro surgió cuando a los 14 años realizó una fotografía de un toro en un capitel de una iglesia de Toro. Muchos años después la vio el matador de toros Enrique Ponce y le llamó la atención porque en ella se ve como en la época en la que se esculpió ya existía la muleta. Como solo tenía anotada detrás de la fotografía su procedencia, Toro, comenzó a buscarla de nuevo para analizarla más en profundidad por los templos de la zona, hasta que alguien le dijo que se encontraba en el Palacio del Conde de Requena.
Fuente: ABC