El totalitarismo del presente, cada día más opresor a escala planetaria, es una tiranía sin rostro que nos borra a todos, quita la posibilidad de disfrutar de una vida que merezca ser vivida, en provecho exclusivo de una casta infame. Una tiranía global, cruel, asesina y abstracta.
Mercado libre para sociedades tremendamente desiguales en que la injusticia social es el hábito de oligarquías que utilizaron siempre las instituciones para defender sus privilegios.
En Chile, Ecuador y Colombia es una revuelta contra la apropiación del crecimiento económico por una minoría que además apenas paga impuestos y deja salud, educación y pensiones a la lógica del mercado. Hay conciencia clara de rechazo a un modelo económico hegemónico en las instituciones.
En Colombia los estudiantes piden acceso a la universidad, mientras disminuyen los recursos destinados a la enseñanza. Pero también las caceroladas y manifestaciones claman contra la crisis permanente de salud y las pensiones miserables que condenan a la indigencia a millones de ancianos. A las demandas sociales se une el clamor por la dignidad y el respeto de los derechos humanos, empezando por las mujeres y la libertad de decidir a quién se ama. Bogotá acaba de elegir alcaldesa a una líder lesbiana ecologista y humanista saludada con entusiasmo por la juventud.
Quizás algunos no tengan en cuenta que ONG "Igualdad Animal" grabó imágenes que despiertan algunas dudas sobre la posible conexión entre la deforestación y los incendios con la actividad agrícola y ganadera de Brasil, primer exportador mundial de soja: más de mil de camiones con soja saliendo de la Amazonía quemada. Quienes creíamos superada esa etapa hemos de aceptar que cuando hay un cambio del poder social (aunque se respete el económico) el último recurso de las élites es siempre el monopolio de la violencia. Desde los golpes del Estado hasta la quema salvaje del Amazonas.
Contra ese golpe estalló parte de Bolivia, tanto en las regiones cocaleras de Cochabamba como en El Alto, concentración de indígenas en La Paz. El ejército reaccionó disparando y matando, retornando a la siniestra historia de Bolivia, el país con más golpes de Estado en América Latina.
En la raíz del estallido latinoamericano, al que se podría añadir un Perú políticamente desestabilizado y un Brasil socialmente complejo y con un nazi en el poder, hay tres fenómenos entrelazados: una desigualdad social extrema; el fracaso, una vez más, de políticas neoliberales que imponen la lógica estricta del mercado no sólo a la economía sino a la sociedad en su conjunto, y la ruptura de la confianza ciudadana en las instituciones políticas.
Las ondas de choque del estallido actual latinoamericano podrían expandirse en tiempo y espacio, con consecuencias impredecibles (vale ver las noticias de hoy de la huelga en Francia).
Dicen los eruditos que en otrora batalla las fuerzas disgregadas en el campo, expuestas al peligro y la derrota, se reagrupaban al grito de “volver a la bandera”, allí donde flameara el estandarte sostenido con firmeza por los abanderados. Esa señal era el punto de encuentro. De reflexión. Un breve lapso para evaluar y trazar nuevas estrategias.
Vale la analogía, luego de que tanto tiempo nos han estado ganando por goleada y con el árbitro comprado. Valga la analogía para unirse y hacerle frente al antihumanismo con aquello que más teme: la solidaridad, la organización, la rebelión ante toda forma de violencia y opresión.
Existe una sensibilidad solo percibida por quien la experimenta: el amor por un país, por una historia común, por la comunidad, por el hermano.
Eso, los alienígenas lo desconocen. No está dentro de sus leyes de mercado.