Unos periodistas le han regalado al seleccionador español de fútbol, José Antonio Camacho, un perro coreano cuyo destino natural debe ser asado, como los lechoncillos segovianos.
Seguramente le saldrá insoportable, porque estos bichos nacen no para mascotas, sino para ser comidos; como deberían serlo otros perros que en occidente nos molestan, acosan y amenazan bajo las sonrisas satisfechas de sus incívicos propietarios. Mucha veces echamos de menos a un cocinero coreano por las proximidades.
Viviendo en China, un corresponsal español, el que firma esto, que antes de periodista fue marino, se apiadó un día de un perrillo así, recién nacido, al lado del Seaman´s Club de Shangai, el bar marinero más perverso de Asia antes de 1949.
El barman le advirtió que el bicho no era un animal de compañía, sino para comer, pero, en recuerdo del mítico sitio, ahora muerto sin los marineros alocados del pasado, se lo llevó a Pekín.
El infame animal, feo, de largas patas y tripudo, crecía mucho y rápido. Y en lugar de ser agradecido con quien le había salvado la vida, mordía con saña a todo lo que se le acercaba, y además ladraba día y noche: reclamaba el asador.
El periodista le anunció a la colonia extranjera que lo regalaba, y una encantadora pareja se lo llevó.
Al cabo de unos días, le preguntó a los nuevos propietarios que cómo llevaban la vida con el despreciable animal: “Nos salió un poco duro”, dijeron los diplomáticos coreanos.
Al antiguo dueño lo único que le entristeció fue la mala digestión de la pareja tras saber que, haberlo hecho mascota, había estropeado su carne sin mejorarle el carácter.