Los Almogávares: Unidad de élite aragonesa

Por Viriato

Escudo del Reino
de Aragón.


Los Almogávares fueron los hombres que integraron una unidad de élite entre los siglos XIII y XIV, en principio, al servicio de la Corona de Aragón, combatiendo a los musulmanes del sur de la península y a los otomanos. Y digo al principio porque con el tiempo se convirtieron en mercenarios, formando la Compañía Catalana de Oriente, fundada por Roger de Flor (caballero templario), y no faltándoles el trabajo debido a su efectividad.
Eran tropas de choque, pura infantería ligera. Combatían a pie, no usaban armaduras y empleaban armas ligeras. Su aspecto era sucio y desaliñado, por lo que hoy en día en países como Grecia y Albania la palabra “catalán” es sinónimo de feo y guarro.

Representación de un
Almogávar golpeando el
arma contra una piedra.

La imagen de estos soldados con pelo y barba larga, sucios y embrutecidos, golpeando sus armas contra piedras de fuego (que siempre solían llevar consigo) de las que saltaban chispas, y profiriendo su grito de guerra "Aur, aur... desperta ferro" (escucha, escucha... despierta el hierro) causaban pánico entre sus enemigos en los momentos previos al combate.
Los Almogàvers (nombre original, en catalán) provenían, en un principio, de los pirineos aragoneses, pero acabaron integrándose hombres de todas partes del reino, sobre todo de clase baja. Su idioma era el catalán (aunque también empleaban el aragonés).
No voy a extenderme con las batallas en las que tomaron parte (así tengo material para muchas más cápsulas, ejem…) pero en 1310, en su faceta de mercenarios, fueron contratados por el entonces duque de Atenas Gutierre V de Brienne para luchar contra Tesalia. Los Almogávares vencieron pero no cobraron sus salarios, por lo que en 1331 lucharon contra las tropas del propio conde de Brienne en la conocida como Batalla de Cefis, en la que 3.500 almogávares (a los que habría que restar los turcos que luchaban a su lado y que huyeron antes de comenzar el combate) vencieron de forma ingeniosa a 15.000 soldados francos (que dominaban entonces el ducado griego). Los soldados aragoneses inundaron el campo de batalla utilizando las aguas del cercano río Cefis por lo que la caballería franca no pudo cargar contra ellos, quedando sepultada en el fango, permitiendo a los ligeros Almogávares eliminarlos con facilidad. Declararon soberano de Atenas y de Tebas al rey Federico II de Sicilia, integrándose en la Corona de Aragón. (El título de Duque de Atenas pertenece hoy en día al Rey de España.)

Mapa en el que figura el camino de los Almogávares.


Y como no hay nadie que cuente la historia como el Gran Reverte, aquí os expongo un artículo en el que cuenta brevemente la historia de esta terrible pero efectiva unidad militar y la famosa "venganza catalana" por el asesinato planificado de su comandante Roger de Flor:
ARTURO PÉREZ-REVERTE · El SemanalUNA DE ALMOGÁVARES
De ese centenario se ha hablado poco, pues nadie puede hacerse fotos a su costa. Hace setecientos años justos, además de salvar el imperio bizantino del avance turco, los almogávares arrasaron Grecia. Fue un episodio sólo comparable a la conquista de América por bandas de aventureros sin nada que perder salvo el pellejo -que se cotizaba a la baja- y con todo por ganar si salían vivos. Pero en esta España donde los libros escolares no los determina la memoria, sino el pesebre donde trinca tanto sinvergüenza periférico y central, esas historias han sido eliminadas, o manipuladas en beneficio de los golfos que organizan el negocio en plazos de cuatro años: los que van de una urna a otra. El resto importa un carajo. De los almogávares, como de lo demás, no se acuerda casi nadie. Eran políticamente incorrectos.
Madrugando el siglo XIV, el emperador de Bizancio pidió ayuda para frenar el avance de los turcos, y la corona de Aragón envió sus temibles Compañías Catalanas. Lo hizo para quitárselas de encima. Estaban integradas por almogávares: mercenarios endurecidos en las guerras de la Reconquista y en el sur de Italia. Sus oficiales, de mayoría catalana, eran también aragoneses, navarros, valencianos y mallorquines. En cuanto a la tropa, el núcleo principal procedía de las montañas de Aragón y Cataluña; pero las relaciones mencionan apellidos de Granada, Navarra, Asturias y Galicia. Feroces y rápidos, armados con equipo ligero, combatían a pie en orden abierto, con extrema crueldad, y entraban en combate bajo la señera cuatribarrada de Aragón. Sus gritos de guerra eran Aragón, Aragón, y el terrible, legendario, Desperta, ferro.

Dibujo en el que podemos distinguir las armas
ligeras usadas por los Almogávares.

La historia es larga, tremenda, difícil de resumir. Seis mil quinientos almogávares recién desembarcados en Grecia destrozaron a fuerzas turcas muy superiores, matando en la primera batalla a trece mil enemigos, sin dejar con vida -eran tiempos ajenos al talante, al buen rollito y al diálogo entre civilizaciones- a ningún varón mayor de diez años. En la segunda vuelta, de veinte mil turcos sólo escaparon mil quinientos. Y, tras escaramuzas menores, en una tercera escabechina los almogávares se cepillaron a dieciocho mil más. Eran letales como guadañas. Además, entre batalla y batalla -españoles a fin de cuentas- pasaban el rato apuñalándose entre sí por disputas internas, o despachando a terceros en plan chulito, como los tres mil genoveses a los que por un quítame allá esas pajas acuchillaron en Constantinopla, durante una especie de botellón que terminó como el rosario de la aurora.
A esas alturas, claro, el emperador Andrónico II se preguntaba, con los huevos por corbata, si había hecho bien contratando a semejantes bestias. Así que su hijo Miguel invitó a cenar a Roger de Flor, que era el jefe, y a los postres hizo que mercenarios alanos los degollaran a él y a un centenar largo de oficiales. Fue el 4 de abril de 1305. Después de aquello los griegos creyeron que la tropa almogávar, sin jefes, pediría cuartel. Pero eso era desconocer al personal. Cuando apareció el inmenso ejército bizantino para someterlos, aquellos matarifes oyeron misa y comulgaron. Luego gritaron: Desperta ferro, Aragón, Aragón, y se lanzaron contra el enemigo, pasándose por la piedra a veintiséis mil bizantinos en un abrir y cerrar de ojos. Lo cuenta Ramón Muntaner, que estuvo allí: no se alzaba mano para herir que no diera en carne.
No quedó sólo en eso. Enterados los almogávares de que nueve mil mercenarios alanos -los que aliñaron a Roger de Flor- volvían a su tierra licenciados y con familia, les salieron al paso, hicieron picadillo a ocho mil setecientos y se quedaron con sus mujeres. Después, durante una larga temporada y pese a estar rodeados de enemigos, se pasearon por Grecia saqueando y arrasando, por la patilla, cuanto se les puso por delante. Fue la famosa venganza catalana. Y cuando no quedó nada por robar o quemar, fundaron los ducados de Atenas y Neopatría: estados catalano-aragoneses leales al rey de Aragón, que aguantaron durante tres generaciones hasta que con el tiempo, el sedentarismo y el confort, se fueron amariconando -hijo caballero, nieto pordiosero- y quedaron engullidos, como el resto de Grecia, por la creciente marea turca que había de culminar con la caída de Constantinopla.
Y ésa, colorín colorado, es la historia de los almogávares. Admitan que es una buena historia. Vive Dios.