LOS AMANTES DE LLORET
Las gentes del lugar decían de él que se apagaba con las noches. Yacería escondido bajo alguna roca, donde los amantes no llegan y los prófugos no ven. Cuando la Luna se hacía llena sus ojos se entreveían como estrellas suspendidas. -¡Míralos. Ahí a lo lejos!, avisaban los niños.
Nunca discutía y se mantenía al margen de lo opinable, y de lo valorable. Se abrigaba con lo primero que encontraba, a veces en un manto de arena, otras bajo algunas algas huérfanas, pero siempre dejando un tubito de caña para respirar y poder contar los graznidos de las gaviotas. Pasaba las horas viendo los barcos pasar, y se preguntaba cuál sería el último antes de que el mar dejara de ser navegable.
Por las noches, escuchaba las palabras de los amantes, y de sus pasos, siempre solitarios. Esperaba junto a ellos hasta que la última luz se hubiera apagado y sus labios enmudecido. Entonces poco importaba si estaba de pie o recostado. Ningún grito lo podría despertar.