El quinto largometraje de Preston Sturges, Los Amantes de Mi Mujer (The Palm Beach Story, EU, 1942), fue estrenado cuando Estados Unidos ya había entrado a la Segunda Guerra Mundial pero, si exceptuamos alguna alusión muy indirecta que hace algún personaje en cierto diálogo ("Debería casarme con un americano, por patriotismo", dice una millonaria con cinco divorcios a cuenta), los personajes que habitan esta película no son particularmente patriotas ni están preocupados por la muerte, la destrucción, los nazis, la lucha por Europa o la batalla en el Pacífico. Los Amantes de Mi Mujer es, pues, un mero divertimento, ideal para aquellos duros tiempos de guerra, aunque tratándose de Sturges, esta comedia romántica se mueve entre el cinismo, el slapstick y el buen corazón.Después de estar cinco años casados, Gerry Jeffers (Claudette Colbert, liviana, encantadora) decide abandonar a su fracasado marido arquitecto Tom (Joel McCrea), así que sin un cinco en el bolsillo toma un tren rumbo a Palm Beach, con la intención de conseguirse un divorcio automático. En el camino, Gerry conoce al amable multimillonario John D. Rockefeller III -perdón: John D. Hackensacker III (Rudy Vallee robándose la película)-, quien termina enamorándose de ella. Mientras tanto, Tom, apoyado por otro millonario, el anciano y sordo "Rey de la Salchicha" (hilarante Robert Dudley), toma un avión y se dirige a Palm Beach a reconquistar a su mujer que, en realidad, lo sigue amando, pues ella quiere divorciarse de él para conseguirle -vía el matrimonio con un multimillonario- los 99 mil dólares que Tom necesita para llevar a cabo cierto proyecto de un aeropuerto colgante (¿?).El planteamiento cínico de Sturges queda claro desde el inicio, cuando Gerry se da cuenta que por su belleza y su figura cualquier viejito excéntrico -el susodicho "Rey de la Salchicha", por ejemplo- le puede soltar 700 dólares sin esperar nada a cambio. Una mujer atractiva, pues, tiene la vida más fácil que cualquier inventor o emprendedor, como el desafortunado Tom bien lo sabe. Por supuesto que, llegado el momento, el verdadero amor saldrá triunfante sobre la obsesión de Gerry por los millones del buenazo de Hackensacker, aunque para que lleguemos a ese tranquilizador happy-end -con todo y su arbitraria pero hilarante vuelta de tuerca- Sturges nos recetará, en el camino, una retahíla de ingeniosas one-liners, una galería de excéntricos personajes encarnados por los fieles actores secundarios del cineasta (Demarest, Greig, el comediante silente Chester Coklin, et al) y una inspirada secuencia slapstick en la que un grupo de cazadores, viejos, ricachones y briagos, destruyen a escopetazo limpio el vagón de un tren que viaja hacia Florida. Ah, cómo sufría todo mundo en las películas de Sturges, me cae.
El quinto largometraje de Preston Sturges, Los Amantes de Mi Mujer (The Palm Beach Story, EU, 1942), fue estrenado cuando Estados Unidos ya había entrado a la Segunda Guerra Mundial pero, si exceptuamos alguna alusión muy indirecta que hace algún personaje en cierto diálogo ("Debería casarme con un americano, por patriotismo", dice una millonaria con cinco divorcios a cuenta), los personajes que habitan esta película no son particularmente patriotas ni están preocupados por la muerte, la destrucción, los nazis, la lucha por Europa o la batalla en el Pacífico. Los Amantes de Mi Mujer es, pues, un mero divertimento, ideal para aquellos duros tiempos de guerra, aunque tratándose de Sturges, esta comedia romántica se mueve entre el cinismo, el slapstick y el buen corazón.Después de estar cinco años casados, Gerry Jeffers (Claudette Colbert, liviana, encantadora) decide abandonar a su fracasado marido arquitecto Tom (Joel McCrea), así que sin un cinco en el bolsillo toma un tren rumbo a Palm Beach, con la intención de conseguirse un divorcio automático. En el camino, Gerry conoce al amable multimillonario John D. Rockefeller III -perdón: John D. Hackensacker III (Rudy Vallee robándose la película)-, quien termina enamorándose de ella. Mientras tanto, Tom, apoyado por otro millonario, el anciano y sordo "Rey de la Salchicha" (hilarante Robert Dudley), toma un avión y se dirige a Palm Beach a reconquistar a su mujer que, en realidad, lo sigue amando, pues ella quiere divorciarse de él para conseguirle -vía el matrimonio con un multimillonario- los 99 mil dólares que Tom necesita para llevar a cabo cierto proyecto de un aeropuerto colgante (¿?).El planteamiento cínico de Sturges queda claro desde el inicio, cuando Gerry se da cuenta que por su belleza y su figura cualquier viejito excéntrico -el susodicho "Rey de la Salchicha", por ejemplo- le puede soltar 700 dólares sin esperar nada a cambio. Una mujer atractiva, pues, tiene la vida más fácil que cualquier inventor o emprendedor, como el desafortunado Tom bien lo sabe. Por supuesto que, llegado el momento, el verdadero amor saldrá triunfante sobre la obsesión de Gerry por los millones del buenazo de Hackensacker, aunque para que lleguemos a ese tranquilizador happy-end -con todo y su arbitraria pero hilarante vuelta de tuerca- Sturges nos recetará, en el camino, una retahíla de ingeniosas one-liners, una galería de excéntricos personajes encarnados por los fieles actores secundarios del cineasta (Demarest, Greig, el comediante silente Chester Coklin, et al) y una inspirada secuencia slapstick en la que un grupo de cazadores, viejos, ricachones y briagos, destruyen a escopetazo limpio el vagón de un tren que viaja hacia Florida. Ah, cómo sufría todo mundo en las películas de Sturges, me cae.