Hay historias que nos marcan. Películas que nos calan hondo por alguna razón. A mí, hace muchos años, me ocurrió con ésta. La busqué para volver a verla, porque sabía el sentimiento que me había producido entonces, pero quería rememorarlo y ver también que impacto hacía en mí ahora.
Soy de esa clase de personas que puede quedarse escuchando una canción en bucle, varios días. También ver una película muchas veces, si ésta me produce sensaciones positivas, lo que no quiere decir que sean de finales felices.
"Voy a quedarme aquí todo el tiempo que haga falta. Estoy esperando la casualidad de mi vida, la más grande, y eso que las he tenido de muchas clases. Sí, podría contar mi vida uniendo casualidades. La primera y la más importante fue la peor…”
Seguramente vosotros también tengáis un listado de películas favoritas que consiguen emocionaros cada vez que las veis. A la que me refiero, forma parte del mío.
Los amantes del círculo polar creo que es una alegoría al amor en estado puro. A ese amor adolescente que crece día a día y que no se achanta por el devenir de la vida mundana, de los problemas y del horror que habita la tierra.
Ese amor con mayúsculas, de corazón rojo, en un mundo frío, perverso e inhumano. Muy bien retratado en la iluminación azulada y en esos paisajes gélidos y nevados.
"Estar enamorada no es fácil, no basta con desearlo hay que oírlo"
Ana y Otto, Otto y Ana. Se leen igual desde un lado que del otro. Médem, el director, que tiene un nombre también capicúa, juega con esa dualidad todo el rato. Contando la historia desde el punto de vista de uno y del otro. Desde su niñez, cuando su historia se entrecruza, hasta la edad adulta. Como en un eterno círculo.
"Cuando hace frío la mayoría de las cosas van más deprisa, o llegan antes. Me refiero a las casualidades. Me encanta que haga frío. Una tarde de mucho frío leí una pregunta de amor, demasiado bonita para la letra de un niño. Aquel mensaje lo tenía que compartir, no sabía qué hacer con él"
La fotografía es poética y los diálogos disparan directos a nuestro interior. Una historia que se hizo hace ya muchos años y que no envejece porque los sentimientos no caducan.
Me recuerda a mi Julieth, escribiendo sobre el amor sin saber bien a qué se refiere, en una búsqueda constante de la comprensión y un camino de soledad y miedos que queda enmarcado en una imagen de azules de tristeza, blancos límpidos y rojos como la sangre.
Y también me recuerda a una novela que adoro. Que juega también con estos colores, incluso los lleva en su título: Blanca como la nieve, roja como la sangre.
Encontrar películas o novelas con las que nos sintamos identificados y nos emocionen a estos niveles, pueden hacer que nos inspiren a escribir nuestras propias historias.
"Todo caduca con el tiempo. El amor también. La gasolina del coche, por ejemplo: si olvidas que se va a acabar te dejará tirado en medio del campo"
" Yo te voy a querer siempre. Y si se acaba la gasolina... me muero. "
Al volver a verla, me he dado cuenta que, sin querer, también algo de ella está en alguna de mis libros, muy levemente quizás, pero cuando algo te marca, no nos damos cuenta en el momento, pero queda en nuestra memoria y al escribir, a veces sale de alguna manera reflejado en el papel. Es otra parte de esa magia que llamamos escribir.
He encontrado un making of parecido al que vi en su día, después de ver la película, y tiene momentos estelares. Pensamientos que comparto como persona y como creadora de historias, con las ideas muy claras pero dejando la puerta abierta a esa magia que se obra en el camino de la creación que elaboran más los personajes que el propio autor, como si la historia se escribiese sola.
"Estas noches te espero mirando al sol. ¡Venga valiente!, salta por la ventana"
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