Estoy actualmente metido en cuatro lecturas a la vez. Ya veremos cuáles resultan reseñadas aquí. Los factores de que ello depende son caprichosos. Uno de ellos es un libro de Juan Villoro, una colección de crónicas futbolísticas que me está gustando mucho, aunque, sin que esto sirva de pre-comentario ni tenga otra utilidad, diría que a las alturas de la página 100, el partido está visto para sentencia. Villoro lo hace de maravilla, y el fútbol (y eso que el libro se publicó en 2006, cuando la dorada era Guardiola-Messi-Iniesta era una mera ensoñación) es un tema del que me encanta leer escritos cuando éstos superan la mera relación de acontecimientos salpimentada de superlativos. Pero ya sé lo que me espera en el libro. Es un placer tan previsible que me asalta, de vez en cuando, la duda de si el libro me sorprenderá o no a lo largo de las 200 páginas que me faltan. Curiosa sensación: como montarse a una montaña rusa sabiendo que funciona perfectamente, que no hay riesgos, que los picos de emoción están bajo control. Pero no pretendía hablar de esto. Tuli Márquez es una de esas personas con las que he entablado amistad a través del mundo blogger. Ha publicado una novela, de momento solamente en catalán, que se titula L'endemà. La palabra es intraducible al castellano: significa el día siguiente a uno en concreto. Pero tiene un efecto simbólico: es como si ese día al que es siguiente fuese un hito. Podríamos decir el día de mañana pero le falta la carga como de tensión. En fin: buen título, y a los que seguimos el blog de Tuli ya nos pica la curiosidad para ver cómo su estilo se traslada al formato largo. Tuli, ya que hablábamos de fútbol, me ha brindado una valiosa asistencia en su último post, No sin mi chandal. Donde ha combinado sabiamente la reseña literaria activa con la crónica futbolística pasiva. Es decir, habla de un libro de Thomas Bernhard (qué ganas tengo de hincarle el diente a un libro del austriaco este, pero no hay manera), pero explica el contexto en el que se enfrenta al libro: confinarse (cómo me gusta esta palabra) para evitar ver un partido del Barça, concretamente el del pasado martes contra el Milan AC, sí, el del 4-0. Pues Tuli es uno de esos barcelonistas sufridores y sus vísceras (cuales sean) no aguantarían tal carrusel emocional, por lo que se arma de un buen libro e intenta abstraerse. Tal cosa no es sencilla. Los vecinos que vociferan, el torbellino de información que nos acecha por todos lados. Pero lo peor es la cabeza: Tuli tenía una frase de Kafka en su antiguo blog. La cabeza especula con el devenir del partido mientras los ojos recorren las líneas. No sé lo que le pasa a Tuli: conocido el resultado del partido yo lo asociaría al libro leído. A mí me diagnosticaron varicela allá por el 81 y leí El quinto jinete de Lapierre y Collins. Toma: no leía tanto entonces, claro, pero ése será siempre el libro de mi varicela. Entonces Tuli, al que los esplendorosos triunfos de los últimos años deberían (aunque eso no depende de uno) haberte curado de ese estigma que nos persigue a los barcelonistas de largo recorrido, debe asociar esos libros a esos partidos omitidos. En su artículo lo explica. Esas son lecturas como consecuencias, lecturas como escudos o como cámaras de aislamiento, o cómo habitaciones del pánico o como estudios anecoicos, pero en el fondo dejan de serlo hasta en el momento en que se eligen. Villacresporker me dijo que si empezaba a leer Cien años de soledad en el intermedio de un Barça-Madrid me olvidaría del partido. Ah. No voy a decir ojalá. No quiero querer olvidar un Barça-Madrid. No hay un mundo posible donde eso ocurra. Los placeres enormes a veces no deben ser combinados pues se contrarrestan. Lo que quiero hacer es convencer a Tuli, aunque tenemos la misma edad, de que eso ha dejado de ser necesario. Salvo cardiopatía con justificante médico, que no lo deseo. Mira los partidos, hombre. Mira el del PSG de aquí unos días y, espero, mira la final de la Champions que volveremos a ganar. Míralos: no condenes a un pobre libro a ser un segundo plato, un placebo, un ruido blanco, un tapón para las orejas. No te estás dando cuenta, Tuli, pues no juzgo si eso es un acto de cobardía o valentía. Yo miro los partidos hasta el último segundo, hasta en los (extrañísimos) casos en que perdemos de dos goles. Esperando un gol y un posterior ataque de nervios del rival que nos atenace, un incomprensible parón en el reloj del árbitro... No te das cuenta, sigo, de que esos fantasmas están tan alejados que ya no saben el camino de vuelta. Digan lo que digan, obstáculos que se crucen en nuestro camino sean enfermedades, lesiones, malas rachas, malos rollos, equívocos, o programas de radio infumables dedicados a la divulgación tóxica, esa fase de la historia ya es eso, historia. Estoy seguro: al cien por cien. Creo que muchas cosas han cambiado, más de las que nos pensamos. Otra: aún hay miles de banderas colgadas en las fachadas. Dudo que quienes las colgaron se hayan olvidado de ellas. Salen al balcón, echan un vistazo a ver si el sol no ha castigado su color, si el viento no ha debilitado lo que las tiene fijadas. Pero no se mueven de su sitio.