Los poetas están malditos, pero ven con ojos de ángeles. Lo dejó escrito Allen Ginsberg. No es de mis poetas favoritos. De hecho no es ni siquiera uno que haya releído. Me bastó mirar dentro de su cabeza y ver que el mundo que miraba no era ninguno al que yo me inclinara, ninguno en donde yo encontrara la belleza o la verdad o cualquier forma de emoción que las revelase. No es porque sea un poeta maldito. Lo son Baudelaire y Rimbaud y ambos me producen una zozobra cada vez que los leo. De lo maldito extrae uno la felicidad de ser llevado por donde otros sufrieron e ir comprobando qué les dolió o qué les hizo seguir adelante, a sabiendas del roto, pero ese camino está siempre patrocinado, supervisado, vigilado. Se nos invita al desquicio, pero tenemos el arnés, la protección, las indicaciones para salir del laberinto y regresar a la normalidad, que es un territorio dócil y en donde uno se maneja bien, aunque no lo espolea el entusiasmo, ni está zarandeado por la belleza. Yo creo que la belleza está en la anomalía, en el viaje que se hace desde el corazón hasta su reverso. Por eso Ginsberg sabía que sus ojos eran de ángel, un ángel barbudo, con gafas de pasta y pelo y cara de loco. En la locura debe está, encubierta, la raíz de la genialidad. No hay genio que no la saque a pasear de vez en cuando. Quizá sea el motor que activa la belleza. Lo dejó escrito también el loco Breton, el surrealista Breton: la belleza será convulsa o no será. Lo de salir al día con ojos de ángel se pone cuesta arriba, lo de mirar al mundo con ojos de poeta no está al alcance ni siquiera de los mismos poetas, que a diario están castrados por todo lo que no es poesía, por lo que les aparta del oficio que se les ha encomendado, ya saben, el de contar el mundo con los ojos de los ángeles. Algunos, no voy a decir nada nuevo, son terribles. Los ángeles terribles son los que mejor ejercen ese oficio, los oscuros, los que se atreven a soltarse de la mano de quien les habló del riesgo y avanzar hacia él y ver si dentro está la respuesta a la pregunta y el mundo tiene sentido y la belleza y la verdad están al alcance. Thelonius Monk lo mira, perplejo.
Los poetas están malditos, pero ven con ojos de ángeles. Lo dejó escrito Allen Ginsberg. No es de mis poetas favoritos. De hecho no es ni siquiera uno que haya releído. Me bastó mirar dentro de su cabeza y ver que el mundo que miraba no era ninguno al que yo me inclinara, ninguno en donde yo encontrara la belleza o la verdad o cualquier forma de emoción que las revelase. No es porque sea un poeta maldito. Lo son Baudelaire y Rimbaud y ambos me producen una zozobra cada vez que los leo. De lo maldito extrae uno la felicidad de ser llevado por donde otros sufrieron e ir comprobando qué les dolió o qué les hizo seguir adelante, a sabiendas del roto, pero ese camino está siempre patrocinado, supervisado, vigilado. Se nos invita al desquicio, pero tenemos el arnés, la protección, las indicaciones para salir del laberinto y regresar a la normalidad, que es un territorio dócil y en donde uno se maneja bien, aunque no lo espolea el entusiasmo, ni está zarandeado por la belleza. Yo creo que la belleza está en la anomalía, en el viaje que se hace desde el corazón hasta su reverso. Por eso Ginsberg sabía que sus ojos eran de ángel, un ángel barbudo, con gafas de pasta y pelo y cara de loco. En la locura debe está, encubierta, la raíz de la genialidad. No hay genio que no la saque a pasear de vez en cuando. Quizá sea el motor que activa la belleza. Lo dejó escrito también el loco Breton, el surrealista Breton: la belleza será convulsa o no será. Lo de salir al día con ojos de ángel se pone cuesta arriba, lo de mirar al mundo con ojos de poeta no está al alcance ni siquiera de los mismos poetas, que a diario están castrados por todo lo que no es poesía, por lo que les aparta del oficio que se les ha encomendado, ya saben, el de contar el mundo con los ojos de los ángeles. Algunos, no voy a decir nada nuevo, son terribles. Los ángeles terribles son los que mejor ejercen ese oficio, los oscuros, los que se atreven a soltarse de la mano de quien les habló del riesgo y avanzar hacia él y ver si dentro está la respuesta a la pregunta y el mundo tiene sentido y la belleza y la verdad están al alcance. Thelonius Monk lo mira, perplejo.